Los días se suceden como perlas de un collar de dama antigua en fotografía sepia. El otoño cayó de sopetón, con un enjambre de mosquitos emboscados en una niebla tan cerrada que ni el facón de Martín Aquino habería sido capaz de abrir. El río es un espejo de paso lento bajo el puente, que apenas se adivina bajo las luces. Parecería porfía volver a mentar la cerrazón, pero en aquel amanecer había que andarse con cuidado porque más de uno al escuchar voces podía llegar a creer que andaban almas en pena por aquel montecito indígena, apretado contra la orilla del río.
Pero vaya sosegándose amigo lector que esta no es historia de aparecidos, ni lobizones ni almas en pena extraviadas lejos del camposanto. Tenga paciencia y escuche
—…¡Macanas Don Hilario!
—Que no hombre, que no.
—Usté se está queriendo propasar con la inocencia d’uno acá que no es más que un pobre crioyo que se defiende como puede con la acordiona.
—Pero no sea pavo, amigo Alfonso. Si yo le digo, es que es verdá.
—Es que es difícil de creer. ¡Cómo pasa el tiempo!
—Si pasará que ya casi que va pa’l año que no andamos por estos pagos
—Bueh, tampoco exagere que pa’l’Argentina nos juimos en diciembre
—¿Diciembre? ¿Seguro que no fue antes, amigazo?
—Segurísimo Don Hilario. Si faltaba bien poquito pa’ las fiestas. Y hacía un calor ‘e la gran siete cuando cruzamos por el Salto Grande
—Aura que dice…
—Y la gente ni ha de saber que llegamos hasta Mendoza, San Juan, y tuito el norte Argentino meta polca, mayiya y milonga.
—Nos recibió lindazo la gente allá… Y eso que cantores y guitarreros es lo que no falta en esa tierra grande y generosa de nuestros vecinos
—Chinas lindazas, y políticos locos de atar, tampoco faltan. Porque pa’ contar, contemos todo. Uno hasta cree que anda metido en una aventura d’esas de molinos de viento y leones dejáus sueltos cuando ve las noticias de esa gente.
—No sea ladino, que con eso de comentar las noticias de los vecinos, seguro me entra a meter letra política de acá del terruño, y habíamos quedao de no andar levantando polvareda, ni alborotando la pionada por estos pagos. Que bien sabe como es el crioyo nuestro, apenas uno le dice que mire la heladera el 15 a ver si le queda algo, ya entra a creer que uno está metiendo palo en la rueda al gobierno que tanto hace por uno.
—Si hará, Hilario, que hasta le manda seguir si lo ve medio mamáu en el caballo. Y hasta pasa aviso a las autoridades. Eso es un gobierno preocupáu por su gente.
—Ta, ta, ya veo que lo que diga va a ser abrirle una canilla pa’ que diga bobadas. Y la gente acá ha de querer saber que jue’ de nuestras vidas tuito este tiempo.
—Es que es difícil contar la vida, así nomás a la gente. ¿No le ha pasado eso? A uno le preguntan qué tal le ha ido y uno arranca con un resumen, medio parcón “bien, gracias” o “y… en estas pocas”. Pero no dice así nomás cuáles son las pocas en las que ha andado haciendo camino.
—Cierto eso que dice. Y si no, arranca como pa´l otro lau y ya así sin que le pregunten entra a comentar que anda preocupado porque le sube la presión o el pecho le chifla tan fiero que anda hasta pensando pasarse del tabaco naco al rubio, o que ya medio que no deja hervir mucho el agua pal mate, que el paladar le queda hecho una brasa.
—Es bravísimo, porque a veces uno si le dan tiempo entra a desmadejar, y comenta algo. Pongalé, anduvimos seis meses lejos. Y no nos han visto el pelo. Pero anduvimos tuito el tiempo juntos, cantando por lugares que no conocíamos. Vimos paisajes que ni soñábamos ver, la sierra en Córdoba, los viñedos en San Juan.
—Cantamos en fiestas patrias de nuestros hermanos, escuchamos a maestras directoras y hombres grandes mentar a San Martín y Belgrano como si juran nuestro Artigas y Lavalleja. Hasta fuimos viendo que de Artigas saben y mantienen la memoria más que nosotros mismos, que siempre nos distraemos con alguna novedad gringa y dejamos que las raíces se nos resequen en el olvido.
—Y puestos a contar, hasta en un par de actos grandísimos de la Universidad de Córdoba, que según entendimos andan preocupadísimos porque ni pa’ la luz les ha quedado. Que usté se queja si meto una comentasión sobre el gobierno, pero se apunta pa` cantar en cuanta protesta encuentra.
—Bueno, pero es que no era una protesta cualquiera, es una de esas que importa. ¿Se imagina lo que sería de un país así de grande sin educación? Sería un desastre, pa’ ellos y hasta pa’ nosotros. Si me agarra distraído, hasta peligroso le diría.
—Eso es cierto, siempre conviene, sin perder la educación, ser el menos aventajao del barrio, porque así, con apenas ser un poquito curioso uno se asegura ir aprendiendo. Nomás de mirar o escuchar a los vecinos.
—Y, volviendo al asunto ese de las cosas en las que anduvimos, y cómo cuesta decir, si entramos a comentar las conversaciones que tuvimos metidos en ómnibus que recorren el país, o en camiones y camionetas con la paisanada que se mueve de un lado a otro tendríamos como pa’ contar una anécdota por semana.
—Y las conversaciones que hemos tenido. Que cambiar el paisaje y dejar que la oreja se afloje y agarre antena con los distintos acentos es una aventura en sí misma. Bien sencilla, sin estridencias, regada de mate en la mañana y la tarde, y algún tintillo en la noche, el asunto se lleva lindazo.
—También haberá que comentarle a los presentes que hemos metido horas sentaos a lo bobo, mirando pasar tierra, pastizales, plantíos, ganado, y piedra a montones. ¡Un mar de grande, la argentina! Y eso que apenas si trillamos algo el norte.
—Que uno vive el camino siempre tironeáu que un día quiere quedarse a vivir porque lo han recibido lindazo, porque el locro es lo más rico que hay, o nomás porque ya está cansadazo de andar trillando.
—O porque se distrajo con las trenzas de alguna gurisa del pago.
—También, también…
—Y otras veces uno solo quiere seguir de largo. Levantarse del catre y arrancar, seguir conociendo, viendo, escuchando, saboreando lo que cada lugar tiene pa’ recibirlo a uno. Uno de a ratos se quiere quedar sentado escuchando nomás al cantor del boliche, participando del ambiente, jugarse un truco, o quedarse nomás en un rincón tranquilo con su copita y en silencio, enyenándose de gente las orejas y las vistas.
—Y otras lo único que tiene es como una fiebre en los dedos que le recorren los botones de la acordiona buscando esa melodía que ni siquiera está del todo en su cabeza, sino que se ve que anda en el aire y se le enredó en la antena de la creatividá y no sabe cómo agarrarla bien y pasarla de la nada a los dedos, y de los dedos a las orejas de uno. A usté le pasa seguido eso también cuando agarra la guitarra y con la excusa de afinar la cuarta ya se pone a bordonear mirando la nada
—O cuando me entra la desesperación de agarrar la libretita y el lápiz del bolsillo y entrar a escribir. O a releer mil veces un verso donde sobra una palabra, o falta esa que no llega nunca, y sin embargo la tiene aí mesmito en la punta de la lengua
—… y tuito eso es difícil de andar contando. Porque a veces uno lo cuenta y el final es una pavada nomás, que ni gracia tiene. Pero el camino es el cuento.
—Y es que contar la vida, Don Alfonso, es como vivirla. Lo que importa es siempre el recorrido. Las conclusiones, a fin de cuenta, son de cada uno.
¡Pero cómo no avisaron que iban a andar por mis pagos de origen, San Juan, para acompañarlos en su recorrida! Bueno, igual me siento halagada porque me nuembran mi provincia cuyana en su relato. Difícil no tentarse comentando de gobernantes locos y votantes enajenados. ¡Gracias, don Hilario y don Alfonso!
Es que son despistados. Tanto que este mes salieron un miércoles, en lugar de hacerlo el lunes, como la tradición manda.
Dales una visita, que igual, la casa es grande, y reciben