Esos folcloristas gringos (Zamba Lentín V)

E

A Adrián Villalba, quien con una pregunta certera puso los cimientos de este relato.

Lacerda se arrimó al fogón, tomó la pava de lata envolviendo el asa con una franela vieja, cebó el mate y lo extendió a su compadre que saboreaba una galleta de campaña, oteando el amanecer.

—¿Sabe que mañana llegan esos folcloristas gringos, Don Hilario?

—¿Mañana? ¡A la flauta!. Y me dice que son varios… Yo hallaba que era uno solo. Un tal Yonson

—Uno es Yonson, mismito… pero viene con otro, un tal Lon. son Lon y Yonson

—Acho raro, don Alfonso… El telegrama hablaba d’uno solo. Loni Yonson si la memoria no me falla.

—Será, eso entonces, Será que me confundí, porque justo escuché en la radio que ya nos anunciaban. Gran espectáculo de folclor internacional, de Uruguay Lentín y Lacerda, y de los Estados Unidos Lon y Yonson. 

—Haberá q’esperar a conocerlo, o conocerlos, Vaya a uno a saber. Igual sean dos o uno solo, se me hace que no han d’entender ni Jota de nuestro castellano.

—Y… no. Pero si son folcloristas son gente como uno. Cantores de milonga gringa. Estuve el otro día en la difusora en San Gregorio y ahí me hicieron escuchar algo d’ese folclor d’ellos. Le llaman blus

Blus, mire que cosa rara. Por lo que pude pesquisar blue es azul, pero no cualquiera, sino un azul cielo. Alegrón como tarde ‘e primavera. Pero por lo que me han dicho es un poco tristón ese canto d’ellos.

—Son gente atravesada, hasta pa’hablar, así que no es raro que le digan alegre a algo triste. Habrá que ver qué puntos calza este Yonson… 

— Y, dígame… ¿le parece que se puede hacer ese espectáculo de a dos folclores? 

—Vaya usté a saber, Hilario, vaya usté a saber

        ***

—Placer míster Yonson. 

Lacerda apretaba la mano del gringo como buen criollo, firme y gentil en un solo gesto que es a la vez ofrendar el alma y medirle la sinceridad al otro, sin dejar nunca de mirarlo fijo a los ojos.

Mr Johnson sin dejar de sonreír sostuvo el apretón y la mirada. Sus ojos negros brillaban con una picardía para la cual su lengua tiene una palabra igual de juguetona “mischievous”, que tanto sirve pal travieso como pal pillo.

Pleased to meet you

—Acá el hombre -don Alfonso señalaba al productor que los reunía en un solo espectáculo- nos ha hecho escuchar sus canciones, y algo de las letras nos ha ido contando, que nosotros de su idioma no cazamos nada.

Trancada  y lenta como carretón en camino ‘e tropa al inicio, la conversación fue de a poco haciéndose saltarina, como bicicleta recién inflada en calle de adoquines. En medio de gestos y repeticiones, aquello cobraba un ritmo antiguo como el de un primer beso. 

—Suena lindo ese folclor suyo… porque es como tristón que da hasta pena oirlo, pero a la misma vez tiene algo picadito de a ratos. Como que juese una zambita del norte argentino, pero con unos piquecitos como de malambo o de cifra, ¿vio?

Cum ba? See fra? Malambou? El bluesman interrogaba a fondo con la mirada, mientras la lengua se le trababa en aquellas palabras nuevas. 

—Zamba, mai frend -Lacerda arriesgó tirar un “amigo” en inglés, compadeciéndose del desoriente del gringo que era la desolación en pinta con los ojos como platos y una enorme sopa ‘e dientes en la sonrisa que no se desdibujaba ni en la niebla más cerrada- Zaaaamm baaaa.

Zaaaammmbaaaa, repitió Mr Johnson. siguiendo el gesto de los labios de Lacerda que se separaban en unas aes largas como día sin pan.

—Ciii fraaa, agregó Lentín entusiasmado por la velocidad del gringo pa’ aprender nombres de ritmos criollos.

The blues is the deepest sadness, and at the same time, is the cure to all evil

—¡A la maula! Mire míster, no acelere con esa conversación suya que es más enredada que orgía ‘e lombrices. Vaya despacio. Lacerda repetía Deblús is dedipessarnes an atdeseimtaim is dequiur tu olivel -se ve que hay algo raro con unas olivas al final. A lo mejor ese folclor d’él es bueno pa’ curar el empacho…

—Y algo de un pesar, o pesado. ¿Será pesado por el empacho, o será pesar de tristeza? Lentín nunca habló media palabra de gringo, pero era un filósofo nato.

—No sabría decirle, don Hilario, no he tenido oportunida d’escuchar mucho esas cosas. Aunque siempre me ha parecido que es medio mistongo, como triste. Tal vez es eso de que es triste nomás

Mr Johnson, viendo que la conversación se desviaba, señaló la guitarra de Hilario, que descansaba. recostada en la pared.

Sin dudar, Zamba Lentín, tomó la guitarra con ambas manos, y se la ofreció al gringo, que atravesándola sobre el pecho arrimó la oreja a la caja y probó las cuerdas. Templó la cuarta, ajustó todo un tono más arriba, y se despachó con un bluesesito tradicional de doce barras.

Hilario miraba la izquierda siguiendo la forma de los acordes –mete sétimas como un descosido, pensó- y sintió claritamente cómo su pie era tomado por la cadencia de la mano derecha. 

Cuando Lonnie terminó devolvió la guitarra con una sonrisa que decía lo que mil palabras jamás podrán expresar. Hilario arpegió una milonga en La menor, triste. Su voz soltó unos versos sobre los silencios finales.

El gringo miraba, acompañando con el cuerpo aquel ritmo nuevo para sus orejas, se detuvo en la forma de arpegiar de Hilario, en la vibración de la sexta o la quinta cuando el pulgar las castigaba en una nota profunda y larga como un acorde de sinfónica sobre el cual las tres primeras cuerdas bordaban una melodía que realzaba la voz profunda de don Hilario.

Alguien salió corriendo de la pieza, y volvió con otra guitarra, pequeña, como de niño, que el gringo templó en una nada. Porque sí, por nada, aquello se fue haciendo un diálogo que iba desde el Uruguay y sus torcacitas al Mississippi y su fondo de barro espeso.

Una conversación donde hombres esclavizados y mujeres violentadas un día sí y otro también, trenzaban sus historias con chinas que enterraban a sus muertos en mil batallas sin sentido tras divisas que siempre beneficiaban a los mismos, los que ponían firmas en tratados y documentos de compraventa sin arriesgar jamás sus cuerpos en batallas que el pobrerío ofrendaba a la pampa purpúrea.

Historias de cadenas, algodón, y desprecio se fueron desgranando entre mazorcas y cifras. 

Cuando los candiles fueron la única luz disponible para combatir la cerrazón de aquella noche sin luna en pleno mayo, los tres músicos, y el escaso público presente tenían clarísimo, que desde que el mundo es mundo las músicas y los músicos podían convivir sin problemas sobre un escenario.

El lenguaje de abajo no sabe de acordes, semitonos, arpegios, punteos, rasgados, ritmos ni polifonías, apenas si sabe del dolor del que empuña su guitarra pa’ cantar cuatro verdades y se encomienda a dios y los santos del cielo porque lo que se juega en el canto es la vida. Y ese juego es cosa seria.

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Edh Rodríguez

Nació en Mercedes en 1972. Escuchador compulsivo de rock, pop, blues, jazz y otras yerbas. No le incomoda ver cien veces la misma película, ni leer de nuevo los mismos libros de siempre. Sigue sin saber bailar tango.

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