Los idus de Julio

L

I

La sonrisa bien estudiada, el apretón de manos firme pero cálido, una palabra popular que brinde esperanza en un mañana mejor; las armas letales de un político en campaña. Julio Ceciliano llegó con todo su arsenal marketinero a un pueblo de menos de tres mil habitantes. Estaba rodeado de banderas y parlantes. Bajó de una furgoneta ploteada con las banderas del partido, derrochando simpatía, incluso con quienes lo estaban esperando para manifestarse en contra. Ya les va a llegar el tiempo a ustedes, pensó. Pero ahora es el tiempo de la concordia.

Los pies, enfundados en unos zapatos que valen igual que todos los platos de comida de los niños del lugar, pisaron el barro de la calle sin asfaltar. Patinó apenas. Hubo un movimiento que no fue notorio, pero le transformó por unos segundos la cara. Se quedó con el pensamiento colgado en lo ruin de un piso sin firmeza. ¿Cuánto tiempo hacía que no pisaba un barrial? Pero no de ese que se junta en la entrada del garaje en la casona de campo. Él tenía en su cabeza, la idea de un barro perenne que solo se va cuando hay una sequía mayúscula. Quizás haya sido en la última campaña electoral, cinco años atrás. Seguramente. Y mientras su cara saludaba con la sonrisa puesta para la ocasión, su cabeza pensaba en ese suelo blando, enemigo del citadino.

Las mangas de la camisa estaban tan altas como las expectativas de impresionar a los lugareños. Doctor Ceciliano para la prensa, Julio para sus seguidores, saludaba a sus correligionarios ahora devenidos en compañeros. Siempre pegado al candidato a diputado por el departamento, el excomisario Balaguer. Las mismas tres emisoras radiales nacidas a mediados del siglo XX, el diario departamental casi tan antiguo como el sufragio universal y los dos modernos canales de televisión por cable con cámaras VHS del año 2000, seguían el recorrido que iba desde la camioneta hasta el salón de actos del Club Social y Deportivo del pago. Una distancia de cuarenta metros, en la que tendió más veces la mano que en cualquier evento protocolar de la Cancillería. Ceciliano dio cada paso con el gesto formateado en modo electoral, mientras el candidato local iba con una sonrisa de ganador de la Lotería.

En medio del cortejo que esperaba el paso del presidenciable, una voz de mujer gritó algo que apenas se pudo distinguir como “beso”. Una señora cincuentona, apareció por detrás de la multitud y se dirigió directamente al candidato a diputado. Este, al verla, agarró al capitalino por el brazo y lo obligó a acercarse. La mujer, como si de una ofrenda se tratara, le extendió a un niño que no llegaba al año de vida. Ambos candidatos saludaron efusivamente a la joven abuela y luego se pasaron el bebé para sacarse la foto de rigor. Era pleno siglo XXI, pero aún se mantenía el estúpido ritual de besar electores en ciernes.

Ceciliano demoró aproximadamente diez minutos en caminar los cuarenta metros. El candidato avanzaba lentamente y apenas hablaba. Solo en contadas ocasiones, intercambiaba algo más que un hola, pero siempre con una cordialidad cuidadosamente calculada y con economía de palabras. Caminaba frente a los medios mirando a la lontananza. En cambio, a la gente la miraba a los ojos. Por su parte, Balaguer no paró de agradecer públicamente a quienes, en privado, les había prometido el oro y el moro para que estuvieran ahí, o directamente los había traído casi a rastras hasta el lugar.

Cuando Ceciliano entró al club, todos se apresuraron por cruzar el umbral hacia el interior. Sobre todo, los medios locales. La puerta de madera y vidrio esmerilado fabricado en 1967 se cerró por dentro. En el exterior, la aglomeración de detractores se disolvía tímidamente. Solo quedó el chofer de la camioneta, un patovica personal del citadino y un perro sarnoso, que se paró en medio de la calle a rascarse con furia.

Cerca de veinte minutos más tarde, el que atravesaría la puerta sería Balaguer. Atendió el celular, que sonaba con los primeros acordes de La Cumparsita.

—      ¿Qué querés, Rodolfo?

—      …

—      Hacela corta porque estoy en la gira con Julio. No te puedo atender mucho.

—      …

—      ¿Lo QUÉÉÉ?

—      …

—      Si, si, sigo acá. Me dejás helado.

—      …

—      Sí. Dejame pensarlo. Pero si querés mis contactos, tenés que asegurarme un lugar interesante. Chau.

II

Si algo tenía Julio Ceciliano era carisma. Desde chico había alcanzado lo que se propuso. A nadie le llamó la atención que, primero dentro del partido y luego en el ambiente político nacional, alcanzara notoriedad tan rápidamente. En menos de cinco años pasó de ser un simple edil, a liderar un proceso de renovación (aunque parezca paradójico) dentro de las líneas más ortodoxas, impulsado desde la Dirección Departamental de la capital. Al poco tiempo había cambiado la Junta Departamental por el Parlamento. Y con el salto al Poder Legislativo, el reconocimiento.

Pero en el combo, junto con el carisma venía incorporada la arrogancia. Su carrera vertiginosa, sus oratorias fluidas, sus pasos fulgurantes por los medios de comunicación, lo convirtieron en un tipo pedante para muchos. No era un hombre de tender puentes, sino más bien, de destruirlos. Solía ganarse más enemigos que amigos. Como compensación, sus amistades eran casi tan leales a él como si de pretorianos se tratase. Puestos en la balanza, un buen político necesita del carisma. Y si su virtud es grande, como lo era en Julio, la arrogancia podría ser tomada como una anécdota de color. Se convierte en problema cuando las cosas se dan vuelta, pero no estaba siendo un inconveniente para el precandidato. De todas maneras, los enemigos de Julio eran tantos y tan vastos que los tenía en todos los estratos de la sociedad y en todos los lugares que abarca la política. En especial, dentro de su propio partido.

Su puesto en el Parlamento lo formó como político partidario. Sus pasos como tertuliano en cuanto programa de radio y televisión había, le brindaron la notoriedad (y los haters) necesarios para los tiempos que corren. Su relativa juventud, le otorgó la chapa de renovación generacional dentro y fuera de sus filas partidarias.  Ahora estaba en plena competencia interna para llegar al sillón presidencial. Y si bien tenía varios rivales, la maquinaria electoral de su partido le favorecía. Sobre todo, porque contaba con el apoyo de los sectores que siempre habían repartido la torta.

III

La voz en off del informativo más visto en la televisión anunciaba que en el próximo bloque, se darían a conocer los resultados de las encuestas de cara a las elecciones internas. Julio y su equipo, como hacían cada vez que se presentaban este tipo de cuestiones, más que analizar los números finales, se concentraban en ver cómo estos impactaban en el “público”. Hacía ya un par de años que la palabra “electorado” era empleada únicamente en los actos públicos y en las tertulias más populares.

Mientras la publicidad hablaba del nuevo celular (de oculta procedencia china), del más grande importador de repuestos para autos y de los beneficios de la nueva crema para manos, apareció la cara de su principal rival en la disputa interna: el arquitecto Silvano Aurelio. Un hombre de unos sesenta años, sereno, regordete de cara y con gesto serio, que repetía como un mantra que estos eran tiempos difíciles y que no se podían dejar los problemas de la sociedad en manos de personas “poco experimentadas”. 

El primer pensamiento de Julio fue relacionado con una serie de insultos hacia Silvano y gran parte de su familia. Lo acababa de tratar de imberbe en horario central y él quería estrangularlo. Pero Silvano ya estaba de vuelta de todo. Apenas podía aspirar a asegurarse un asiento en el Senado. Julio se tranquilizó paulatinamente en el periodo que duró la tanda. Cuando la ventaja es tan amplia como la que tenían ambos hombres entre sí, hasta la persona más vanidosa termina por recibir las ofensas con la suavidad de una protesta infantil. Aun así, la humillación pública dolía.

A los asesores ni les importó el spot de Silvano. Estaban concentrados en medir el impacto en redes de su adversario. Julio escuchaba términos sueltos. Métricas, engagement y hashtag, sonaba de fondo en una conversación en la que nadie en la sala hablaba de política. En el fondo estaba bien. Para eso les pagaba. Él era la renovación y justamente aquello era el nuevo modelo que representaba. La tele seguiría marcando la agenda local, pero el verdadero foro ahora estaba en las redes.

Luego de la pausa publicitaria llegaron los números. Julio seguía con una ventaja muy grande. Solo que esta vez, Silvano empezaba a subir en las encuestas: 2%. Julio miró al más veterano del grupo, al otro lado del bunker de campaña. Germán “El Toro” Daguerre, un hombre que conocía muy bien a Silvano. Tanto, que habían sido compañeros de fórmula en las elecciones de un lustro atrás. Julio le arqueó las cejas, pidiendo una explicación. El Toro, con los brazos cruzados y con la frialdad de un reptil, le devolvió el mismo gesto. Julio odiaba cuando no se le daba certezas. Mientras todos seguían hablando entre ellos con sus palabras estrafalarias, Julio cruzó toda la habitación y salió al jardín de invierno. El Toro lo agarró por el brazo cuando estaban afuera.

—¿Qué te parece ese aumento? —preguntó el veterano, dejando entrever notas de ironía.

—Qué el inútil por fin se puso las pilas.

—No. Que está empezando a arreglar con los caudillos locales.

—Al pedo. Ese hijo de puta está muerto. Y si no lo está cuando le gane, lo aplasto después.

—No está muerto. Y encima, en su aviso, lo único que dice es que todavía estás verde para esto. 

—¡JA! —gritó con una mueca de odio en la cara y continuó con arrogancia —Que diga lo que quiera. Ya casi tenemos las internas.

—Sí, pero todavía no terminaron.

IV

Julio abrió la puerta del Directorio. Las cámaras de televisión prendieron los focos. Los fotógrafos tiraron ráfagas de disparos y flashes. Los periodistas, en un segundo plano tomaban notas y estiraban los micrófonos. El candidato saludó y pasó al interior del recinto tan rápido como pudo. Dos tipos, que se morían de ganas de darle una piña a los rompe bolas de los fotógrafos, cerraron la puerta. Uno quedó adentro y el otro estampado contra la puerta. No pasaba ni el aire.

Julio intuía algo raro. Estaban todos juntos: desde Carlos Porteiro (el anterior presidente del Directorio, afín a Julio) hasta Rodolfo Talamberri (senador y principal aliado de Silvano). Y obviamente que, en el centro de la acción, el mismísimo Silvano. Julio buscó un apoyo entre sus allegados. Pero todos estaban esquivos.

El primero en hablar fue el intendente Darío Núñez. Dio unos cuantos rodeos protocolares, que nadie en la habitación quería escuchar. Julio apuró las cosas. Pero el que atacó directo fue el diputado Farragosa.

—Los últimos números nos están indicando que si vos ganás la interna, todos tus adversarios te ganan por varios cuerpos. Pero eso no sería tan jodido, porque se puede revertir —y miró de costado a Silvano—. El problema es que se filtraron unos audios tuyos. Estás tirándole mierda a todos los que estamos en esta sala. Hasta te metiste con la finada Casotti.

Julio fue atrapado por el miedo. Un sudor frío le corrió de golpe por el espinazo. Aquel hombre repleto de carisma y solvencia para hablar, ahora era un niño balbuceante. Sabía de lo que hablaban y no podía creer que esa conversación había llegado al resto de sus colegas. Fue durante una fiesta privada y todos estaban con un estado que, de no ser tan perjudicial para sus intereses, hubiera sido digno de recuerdo. Pero alguien, un hijo de puta, un traidor, se lo guardó para este momento.

Si bien no precisaba escuchar sus palabras, Silvano fue el encargado de hacérselo oír, como al perro que le refriegan el hocico en su propio orín. A medida que iba hablando de alguien en la grabación, ese alguien lo atacaba. Para darle más tiempo a los insultos, Silvano tenía la precaución de frenar el audio. Cada intervención fue como una puñalada para Julio. Uno a uno, fueron pidiéndole respuestas, amenazándolo o simplemente puteándolo sin miramientos.

Julio sabía que Silvano tenía todos los deberes hechos: compró las voluntades de los poderes del partido y aceitó a la prensa amiga. Entre ellos, ahora la diferencia eran solo 3% y faltaba un mes. El “público” hablaba de la gran campaña de Silvano y de su solvencia como político experto. Él aprontó todo para matarlo pero recién ahí Julio se percató de la encerrona. Con aires de lobo alfa, se paró de un salto.

—¡Qué se vienen a hacer los puritanos, si son una manga de garcas!

—Capaz que sí. Pero vos sos un idiota que se la creyó toda. —Las palabras de Silvano salían de su boca con la misma calma con la que en el spot lo acusaba de ser una persona poco experiente.

—Además —interrumpió el excomisario Balaguer— estamos pensando que estaría bueno que des un paso al costado.

Julio apuntó a Balaguer con la nariz remangada y los labios apretados por el odio. Todo el partido se le dio vuelta, faltando tan poco para terminar con lo que parecía un trámite. El joven candidato se quedó unos cuantos segundos en silencio. Hasta que de golpe estalló.

—¡No te voy a dar el gusto, Silvano! ¡No te voy a dar el gusto!

—¿No? Bueno.

—No voy a soportar las amenazas de ninguno de ustedes. ¿Qué se piensan? ¿Qué me voy a quedar quieto?

Detrás del grupo de atacantes, apareció el Toro. El grupo se abrió y le dio paso. El Toro, parado en frente de la mesa casi pegado a la derecha de Silvano, miró a los ojos de Julio.

—Julio, estás perdido. Vos sabés que sí. Y todos los que estamos acá, nos juntamos para que no la cagues más. Si el audio se filtra a la prensa, el perjudicado sos vos. Pero también el partido. Y no queremos quedar mal parados ni perder votos por una idiotez de un borracho pelotudo. Tenés dos caminos: te bajás de la candidatura y dejás que Silvano sea el candidato del partido o seguís solo pero te vamos a matar entre todos. Si te bajás, te dejamos seguir como si nada pasó y que entres al Senado. Si te ponés más pelotudo de lo que sos, te degollamos por la prensa.

—Esperaba que me vinieran a cagar todos, menos vos Germán. ¡Vos también te sumaste, sorete!

V

—Gracias Florencia. Estamos aún en la puerta de la sede partidaria. Al parecer, nos estarían confirmando que Julio Ceciliano renunciará a la precandidatura. Si bien todo parece ya estar resuelto, estamos a la espera de que salgan Silvano Aurelio junto con propio Ceciliano para dar la noticia. Según nos comentaron fuentes allegadas a ambas partes, el encuentro fue en un tono amable y Ceciliano ya tenía esta decisión tomada desde hace semanas, cuando Aurelio comenzó a recuperar terreno en las encuestas. Al parecer, se estaría hablando de una posible fórmula Aurelio – Ceciliano, aunque no se descarta que la fórmula sea Aurelio – Balaguer. Por el momento, esto es todo. Adelante estudios. 

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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