Polca del desencanto (Zamba Lentín IX)

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Aura que venimos arrimando de a poco al momento del año en que inician los calores, los festejos, y se avisora la cosecha recuerdo que hace tiempo y allá lejos, cuando nada era más que una broma sonza supimos decir que Zamba Lentín se hizo monje, ya de viejo, y luego de una vida llena de milongas, cifras, vidalas y gatos.

Supo hacer en su mirada profunda acopio de sierras y praderas hinchadas de siembra o quemadas de las heladas de agosto. Supo guardar bajo el ala del sombrero los mil tonos de verde del monte nativo, el aroma del eucalipto invasor, el brillo de los arroyitos que bajan como al descuido desde la piedra que recorta el cielo como un filo agudo al amanecer.

Acobijó por años el canto de la calandria y la torcaza, el balido del ternero sin madre, el grito del tero espantando al peón que llega cansado de la trilla al rancho donde le aguarda el zapallo, el muñato, la papa y la carne de cordero para el guiso sabroso y de aroma espeso que le llena el alma y el alivia el corazón atormentado de injusticias y trabajo duro.

Se llenó sobre todo del recuerdo de los amores pasajeros de la vida del cantor, de la mirada tímida de la muchacha que lo veía pulsar las bordonas y con la cabeza baja le arrimaba cada tanto una caña con butiá “pa que la garganta no se le enfríe en este tiempo húmedo y traicionero”, el descaro de la mujer que lo apalabró al final de la noche preguntando sin vueltas ni remilgos si ya tenía ande y con quien pasar lo que quedaba de la noche, y las llamaradas rojas del amanecer.

Supo hacer sitio en su cuerpo y su camino a esas flores de un día, y a las noches de soledad, bajo el techo del galpón o a la fresca luz de las estrellas cuando la jornada lo encontró en pleno trillo. Supo dedicar horas mansas al proseo con su compañero de andanzas, a la escucha de las plegarias de las ranas y los cantos urgidos de los grillos. Se hizo amigo del canto amargo de la chicharra que anuncia su final sin hacer lugar al silencio que todo aplasta bajo el sol de enero.

Y en una de esas de tantas idas y venidas por entre senderos de tropa, y paradas en rancheríos, de esquila en esquila, de yerra en yerra, de trilla en trilla, un buen día, Hilario Lentín nuestro buen cantor de letras de barro, melodías de sudor y risas se encontró confesando sus penas a su compadre Lacerda.

—No es que la moza no me haya querido, es nomás que era un canto rodado, una piedra de arroyo, lisa y sin agarre. Como el agua se escurre entre los dedos, se escurrió siempre ella cada vez que quise quererla y reclamé su querer.”

En medio de la noche, volvió a llenar su vaso de carlón y miró al horizonte donde apenas se insinuaba la claridad de una nueva jornada. 

—Es preciosa la moza, una cinturita dibujada como por los pintores italianos de las iglesias para papas y turistas, unos pechos de mármol y una mirada de ambrosía. El problema es que tiene los brazos tan cortitos que no puede hacer un corazón. En su abrazo apenas si se abriga ella, no hay lugar para dos allí. Por eso se jue’, incapaz de sostener un cariño.

Y mire que hice todo lo posible, cambios, promesas, ruegos, montañas de besos y flores. Nada alcanzó jamás pa’ arrancarle un “te quiero”. Ansina, a juerza de esperas y desencantos se me jue’ secando el pecho, y casi pierdo la cabeza más de una vez. 

Por eso mismo le confieso, amigazo, que un buen día cuando arrimemos pa’ la capital o alguna ciudad grande me busco un convento viejo, frío de piedra y techos altos, y ahí mismito me meto a monje. Que pa’ amar un dios de curas y patrones nunca hizo falta ni conciencia ni sentimiento. 

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Edh Rodríguez

Nació en Mercedes en 1972. Escuchador compulsivo de rock, pop, blues, jazz y otras yerbas. No le incomoda ver cien veces la misma película, ni leer de nuevo los mismos libros de siempre. Sigue sin saber bailar tango.

2 comentarios

  • Precioso relato. Me gustó mucho la expresión con que se faniliza el mismo:
    Que pa’ amar un dios de curas y patrones nunca hizo falta ni conciencia ni sentimiento.
    Gracias por.compartirlo!

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