Ibant oscuri
sola sub nocte per umbram
Virgilio
Junto al fogón, un viernes a la mañana, Zamba Lentín miraba el fuego sin verlo. Lacerda se acercó como sonseando, y tras darle los buenos días, viéndole la expresión tiró una chanza, como cuando en la primera mano de truco uno tantea pa’ verle la suerte y las mañas al contrario:
—¡Qué cara ‘e mate lavao compadre!
Hilario levantó apenas la vista, colocó la bombilla en el porongo, y miró a su compadre…
—¿Sabe que ando un poco contrariado amigo Alfonso?
—No diga don Hilario, ¿qué le pasó?
—Es que me desperté en el mismo medio de la noche, soñando, y no conseguí dormir de nuevo.
—¡Una pesadilla!… no me diga que soñó que Suárez se lesiona en la cancha e’ Basáñez, o que -ni dios permita- le falla la voz mañana en la milonga…
—¡No hombre, no! Mire que habla macanas cuando quiere…
—Disculpe, don Hilario, no quise ofenderlo.
—No es ofensa, amigazo, endiscúlpeme el tono. Es que soñé con el finao mi tata…
Con un suspiro largo, cebó el primer mate, y con el rostro apretado contra el pecho, hizo roncar el porongo que sostenía en el hueco de la mano izquierda. Lacerda, dejó que sus ojos vagaran del mate al fuego, y del fuego al mate. Palpaba en el crepitar de la leña, un sentimiento macerando… A modo de pie, soltó al aire un “Ah…” que sonó grave en el silencio apenas poblado de la mañana.
—En el sueño, yo estaba en una casa, como de playa, ¿vió? De esas que se ven en los programas de verano, sencilla, con patio grande, pasto, anacahuitas, hasta algún ‘ucalito.
—¿Y estaba haciendo un asado con Lentín viejo?
—No apure que igual ni cerca de acertar, compa… Resulta que venía la parentela a visitarlo al hombre.
—Entonces dejuro que asao’ había!. ¡No iba a ser tan salvaje de poner a la mujer a amasar ravioles pa’ todos!
—Era raro ¿sabe?… porque venían a visitarlo, pero no era visita de juntarse a prosiar. Venían a presentar sus respetos al viejo, que era finao’ hacía añares.
—¿A visitar a un muerto? Lacerda se persignó y quedó en silencio, aguardando el resto del relato sin preguntar. Los sueños son pa’ contar, no pa’ andar averiguando ahí donde el que sueña calla.
Zamba Lentín, envolvió el asa de la caldera en un trapo, y cebó otro mate.
—Tal cual que no tenía goyete aquello. La parentela venía a presentarle sus rispetos al viejo pero lo que había en la casa, eran sus restos.
—¡Ave María purísima!
—Y yo tenía esos restos, en un tarro grande de pintura, de plástico blanco, ¿vio?
—¡A la maula!. Lacerda intentaba no interrumpir, pero el relato del cantor venía cargado de imágenes espesas como sopa de ubre.
—Dentro de la lata, blanca como la leche recién ordeñada, se veía un líquido negro, espeso, viscoso…
—¡Quién hubiera dicho! Uno pensaría que cuando reducen un finado lo que quedan son huesos.
—Estaba el hueserío, estaba también, pero sumergido en ese líquido, era una sopa de muerto, ¡dios me perdone!
—Y eso lo despertó, no es pa’ menos. Dios tenga en la gloria al finao’ su tata.
—¿Sabe usté que no jue’ eso lo que me dispertó?, sino los invitados…
—¿Cómo así?
—Es que, vea… Hilario respiró hondo, le pasó un mate a su compinche y levantó la mirada al horizonte, como buscando las palabras.
—Los invitados llegaban a la tarde, y -conociéndome como me conoce-, la mama se había venido a ayudarme a preparar el rancho pa recibir a la familia. Vio que las madres siempre creen que uno es descuidao con las visitas.
—Doña Etelvina, siempre jue’ muy hacendosa, era un placer llegar y encontrarla amasando pastelitos…
—… la viejita estaba en plena fajina. Meta limpiar, ordenar, colocar una sillas en el patio, acomodar los sillones dentro, hacer café y esos muñuelos que le quedan tan deliciosos. En medio e tanto trabajo, ella no veía nunca los huesitos del tata. Yo tampoco le dije nada, pa’ no impresionarla pobre vieja.
—Ansina que pasó la mañana acomodando las casas.
—Mismamente! Y al mediodía la mama se iba, y venía su hermana, la Margarita. Ella y yo íbamos a recibir a los parientes.
Lacerda ensimismado en el relato, no levantaba la vista del fuego. Sentía crecerle la pregunta en el pecho, y sin llegar a pensarlo, la soltó, casi sin querer
—Y… diga, si no lo despertó la imagen de su viejo reducido a un caldo espeso y negro, que a mí de seguro no me va a dejar pegar ojo esta noche, ¿qué lo inquietó tanto?
—Los invitados, don Lacerda, los tíos, los padrinos, las tías viejas.
—No dirá que le armaban relajo al llegar. Porque mire que eran un malón baruyento, entre lo que les gustaba comer, fumar, discutir hasta las formas de las nubes, cantar retiradas de murga y milongas viejas, y el trago… A lo mejor alguno se le iba la mano con la botella
—A lo mejor podía ser eso sí, pero ni llegué a saber. Me disperté antes.
—…
Zamba Lentín aspiró con ganas el tabaco recién armado, se cebó otro mate, espumoso, humeante, y miró a don Alfonso. Le brillaban los ojos.
—Los invitados, amigo, ese familión que me crió, así como usté los recuerda, siempre doblando el lomo y dejando el cuero en la estaca pa’ criarnos con salú y sin que nos faltase techo y puchero. Ese malón de tías y tíos peliones, bailanteros, cantores y discutidores están tuitos muertos, tan muertos como el tata.
Lacerda quedó mudo, tomado por un silencio de camposanto.
—Eso me sacó del sueño. Yo me daba cuenta de todo. La mama había venido a ayudar, en una escapada, pero endispués se iba, y volvía con la visita. Y la tia Margarita venía a acompañarme a recibirlos, porque es la única que queda vivita, santa…
—Es tristísimo eso que dice, don Hilario… Pero hasta dulce resulta, si me permite el apunte.
—¡Claro que es dulce, hombre!. Y usté sabe que yo quería hacer una canción pa’ festejar el encuentro, y contarles que siempre me acompañan, cuando armo el mate, o me sirvo un vaso e’ caña, o canto mis pavadas pa que la gente baile.
—¿Y, recuerda la canción? porque seguro que compuso esa canción tan linda.
—No pude. Me había quedado sin palabras. La emoción se las había llevado. La guitarra se me desafinaba cada dos acordes, y la melodía sonaba en mi cabeza pero no conseguía hacerla salir.
—…
—… entonces me disperté, con el corazón abrigadito como gato chico, tibio, y a la vez helado como la cañadita de mi pueblo en las mañanas de agosto.
—Imposible decir tanta contradisión.
—Mismitamente. Tanto amor reconcentrao junto, tanto recuerdo, lo terminan dejando a uno abrazado a la locura, como a un rencor.
—Tiene eso, el amor, don Hilario. Es como la muerte. Cuando lo visita a uno, nunca viene sola, siempre viene con una tonelada de locura enancada en el alma
—Cierto. Se juntan esos tres, y lo convidan a uno a jugar un truco. Y ansina vamos por esta vida, compartiendo la mesa, la apuesta y la charla con esos tres imposibles.
—Y uno nunca sabe si tata dios lleva bien los tantos, o deja nomás que el diablo meta la cola, cuando uno echa el resto.
Gracias por el relato, por el lenguaje y el escenario que aparece tan nuestro, me hizo recordar otro término utilizado como “chijete” y otros tantos que existen en cada lugar de nuestro país.
Muy bueno el relato!!
Gracias de nuevo.
Gracias por la lectura atenta y amable.