Hilario Lentín, crioyo de ley, nacío y criáu ayá por los pagos de Valentín en el Salto projundo, se hizo monje luego de su fracaso en las artes del amor. Como buen criollo, fue destetado con el asau de tira, hecho vuelta y vuelta sobre brasa de espiniyo y vino rebajado, que siempre ayuda a la siesta. A los tres años ya cebaba el mate sin lavar, y a los cuatro ensiyaba su petiso, subido en un banquito pa’ yegar a ajustar la cincha. Supo domar potros antes de aprender a deletrear su nombre. A los diez ganó su primer concurso pial en mano, y para los 11 se compró una guitarra de bordonas de tripa a la que en poco tiempo le arrancaba cifras, milongas y zambas.
Lentín de apellido, hijo de Honorio Lentín, nieto de Honorato Lentín, bisnieto de Hipólito Lentín un gayego yegao a estas tierras ayá por la época de don Máximo Santos, general glorioso y caudiyo de indiscutido don de mando. El viejo Hipólito era de apellido Lerín, pero en aquellos años heroicos los escribientes a veces fayaban, y don Hipólito, miope dende gurí, usaba lentes cuando bajó del barco en el atiborrao puerto montevideano. El aduanero escuchó Lerín, vio la cara colorada del gurí recién yegao, pispeó los gruesos lentes de carey, y escribió Lentín.
Un poco sordo, bastante bestia y muy malnacido, el escribiente aquel de la aduana bautizó Lentín a don Hipólito. Cuando nació su nieto, Honorio, ya el apeyido no pasaba de ser una anécdota. Los Lentín son miopes por herencia, y Lentín por derecho propio. Lenteja, vichapoco, Casimiro, eran los nombretes que el ingenio de los gurisitos del pago iban dando a Hilario, que igual creció sin ambustiarse jamás por aquellas chanzas inofensivas. Pa’ los trece ya se animaba a bordonear en la pulpería, y poco después se lo vio pa’ siempre junto al loco Alfonso Lacerda, acordeonista añoso, bebedor de vino en bota, y gran jugador de taba y tute cabrero. Alfonso le arrancaba melodías a los tiempos de chamarra que la bordona gruesa de Hilario marcaba como un reloj de los buenos, de esos que jamás atrasan ni adelantan; y en ese andar parejo no perdían jamás una gota de sabrosura, pa poner a la pionada a sacudir el güeserío sin vergüenzas ni timideces.
Lacerda y Lentín se convirtieron en leyenda en los pagos del litoral, y las tierras rojas del norte, donde la bailanta se riega con caña blanca del Brasil y buen vino abocado llevado del sur. Al final de los bailes, cuando el sol y los baldazos de agua en el piso dispersaban a la concurrencia, Hilario aflojaba el pulso, y entonaba zambas y milongas que le cantaban a la rudeza de la vida tierra adentro.
Benteveos, golondrinas, calandrias, perros, potros, toros bravos y gallos peleones, eran junto con margaritas, macachines y gladiolos las metáforas con las que aquel cantor de voz aguda y siempre afinada, trenzaba historias de amores imposibles entre gurisitas de los puestos y pichones de estanciero, entre piones de cuero duro y corazón tierno y mujeres de paso que siempre terminaban eligiendo a los letraos de la ciudad, o a los puebleros con prestigio y apeyido.
Más de un río crecido tras la tormenta simbolizó el corazón desbordado del gaucho bravío encandilado por los ojos brillantes de la moza que siempre dice que no, pa que la milonga crezca, lenta, espesa y pletórica de sentimiento. Varias veces el toro segó la vida del trabajador desgraciado que se rompe los riñones agachando el lomo sobre el surco.
Y así fue que metiendo pulso al acordeón de Lacerda, o llenando el alma de su poesía arisca y triste como helada en la sierra, Hilario se hizo fama en su comarca. Zamba Lentín le llamaban, y con ese nombre era anunciado. sin vacilar por cuanto animador de festival de folclore tuvo el honor de presentarlo, desde su debut en una fonoplatea de radio litoral un 14 de febrero.
Ustedes dirán que hablo bobada pa entretener distraídos como buen maula, porque arranqué diciendo que Hilario se hizo monje y aura lo dejé guitarra en mano en una fonoplatea. Y es verdad, Zamba Lentín patinó fierazo en cuestiones del amor y se hizo monje, pero esa es otra historia.
Pobre Zamba Lentin ….
Pobre hombre. Destino chungo, cruel y canalla el suyo