Víctor Frankenstein y el monstruo

V

Por ahí escuché, o leí, que para escribir no es necesario tener imaginación, sino tener memoria. Tal vez lo dijo o lo escribió un francés, tendría sentido, su memoria a veces es hasta molesta, pero como todos, se olvidan de mucho. Tal vez el que dijo esa frase fue Céline, o Victor Hugo, o Mengano de la rue Corvisart que se divierte escribiendo poesía picaresca, como el letrista nacional de la República ubicada al oriente del río Uruguay. Francisco Acuña de Figueroa, ese poeta que, olvidado como el mortal socarrón que fue, solo nos dejó (o nos dejaron) su poesía patria, su trabajo menos honesto y más ficcional y funcional: la letra del himno de un país. Al poeta uruguayo había que despojarlo de su mortalidad para que todos cantemos esa letra deformada por los gritos de fútbol. Debíamos olvidar al hombre, olvidar al poeta, para creernos el verso de la patria.

Luego de mucho observar a los poetas que me rodean (lejos mi intención de meterme en su club, yo solo soy un mero observador) he concluido que esencialmente no tienen memoria. Son padres abandónicos como Victor Frankenstein, que asqueados por su creación, la abandonan y se alejan y la olvidan, hasta que un buen e inevitable día, su creación (que no es otra cosa que ellos mismos) vuelve para llorarle a sus pies o a reclamarle amor. ¿Desde dónde empezar a escribir sino por el principio? Al principio fue el verbo, o el logos, diríamos nosotros, seres armados frente a las escrituras. Pero para los poetas el principio es el mandato. Parecen nacer de una orden y de la pulsión de vida. ¡Vive! ¡Levántate y anda! ¡Escribe! Son Víctor Frankenstein obligados a escribir por un imperativo categórico que crean un monstruo hecho de jirones de otros cadáveres de escritores. Están incitados casi ominosamente a escribir desde su nacimiento, o bien, desde el momento en que deciden escribir, que es lo mismo que nacer.

Podríamos decir que lo escrito nace antes que la escritura, esta es un mero formalismo para ellos. Son seres apátridas, los verdaderos poetas, o al menos los más interesantes, pues están lejos de todo, ciegos, sin rumbo, pero pulsando vida. (Siento el suelo temblar, tal vez sea el poeta uruguayo revolcándose en su tumba). Pero tal vez solo busquen confundirnos, pues son seres muy mal intencionados, y se muestran al mundo como hijos de un tiempo con preocupaciones políticas, metafísicas y estéticas. ¿Será todo solo una pantalla de humo? El poeta está solo y no tiene memoria. Es un cuerpo vacío de contenido, que se llena de palabras y se vuelve a vaciar, como una máquina que anuda y desanuda para reanudar su tarea incansable y casi mística. Para el poeta todo es prescindible, todo debe perecer, no hay figura a la que rendirle culto, ya sea su propia creación o una tierra separada de otra tierra por una línea imaginaria o accidente geográfico.  

Como dice Hölderlin, el humano es un signo vacío de sentido, insensible que lejos de la patria ha perdido la palabra. El alemán no podía hablar de nosotros: simples mortales, hijos del desespero, la rabia, la neurosis, los amores, los fetiches, sino que hablaba de él y de todos los poetas: vacíos, perdidos y sin rumbo, sin patria que reclamar para morir, sin palabras, solos, totalmente solos frente a sus cuadernos, pergaminos o pantallas, en fin, locos, desesperados de amor, doblando los destinos para dar vida a un monstruo. Creadores y creación al mismo tiempo. ¡El monstruo se confunde con su progenitor!

¿De qué sirve la memoria frente al desespero del querer? ¿De qué sirve la memoria frente a la urgencia de crear, de transformarse en un médico loco, obsesionado con la muerte que con sus dotes casi mágicos trae a la vida algo extra-humano? El poeta se ve forzado a traer a la vida lo muerto, cada palabra es un rayo que cae sobre el cuerpo del monstruo. El poeta es un científico loco sin memoria, que crea y abandona y repite el proceso. Siempre vive entre lo inexistente, lo imposible, lo inenarrable. No recuerda un amor, no se emociona por lo que no pudo ser, no contempla eventos ni los describe, no hace una bitácora, no es escritor. Es un científico loco y a su vez un monstruo escondido, pulsando amor, listo para asesinar a todos a su paso para encontrarse con su progenitor. 

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Martin Lamadrid

Martín nació, a veces escribe y morirá.

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