A true love story

A

—”Chico conoce a chica”, es el inicio fundacional de la especie, desde que Lucy bajó del árbol aquel. Yo sé, sí. Me vas a venir con eso del heteropatriarcado, y alguna de esas categorías tuyas para nombrar todo lo que no te gusta. Pero, ¿sabés qué? yo te vi llorar leyendo Romeo y Julieta, o viendo Notting Hill. Así que no me vengas con bobadas, amor. Mi love story va a comenzar con “chico conoce a chica”.

Si querés la inicio al revés, mirá, una galantería de caballero del siglo XIX, “uans opnonatáim” chica conoció a chico. Era una soleada mañana de primavera en aquel bosque encantado, y ella vagaba buscando el caldero mágico donde termina el arcoiris. Llevaba a su unicornio por la rienda de gotas de rocío trenzadas, y miraba con atención las hojas meciéndose en la brisa. ¿Demasiado cliché machista para describir a la chica, decís? No te viene nada bien, hoy.

Bueno, en todo caso, en medio de la marea humana que era escupida por las escaleras del subte hacia la vereda de la calle corrientes (¿habrá bajadas al subte en Corrientes? le pregunto a los primos, o mejor googleo, me anoto un comment en el documento y luego lo hago, así no pierdo el hilo) cuando se pisó un cordón de la zapatilla y cayó con los codos sobre la vereda. 

—¿Estás bien? Te ayudo, dijo una voz grave y dulce delante suyo. Cuando levantó la vista, vio a la chica de flequillo azabache, que sonreía y tendía la mano.

—Gracias, dijo, tendiendo su mano raspada y sangrante por las piedritas amontonadas allí en el hueco donde faltaba media baldosa

Viste que para evitar todo lo heteromachirulo, es chica conoce a chica esta versión. 

Se amaron con locura, locura de la de a de veras, con noches de sexo desenfrenado, charlas eternas en tardes demasiado breves, litros de alcohol compartido en reuniones, habitaciones en penumbra, bares con mesas de pool donde fueron la más imbatible pareja del bajo porteño, parques soleados, con ese brillo tan urbano que cobra el sol cuando atraviesa el smog y se posa sobre los álamos del parque japonés (by the way, chequear que haya álamos en el parque japonés, yo solo lo conozco por las jeringas aquellas que recogía el flaco de la canción). Ah, y sobre todo, faso. Mucho faso.

No van a ir a marchas, porque no quiero que tenga costado panfletario ni antipatriarcal mi lovestory, es solo una suerte de comedia rosa mosqueta ambientada en esta locura contemporánea donde ya ni en el buen amor puede creerse. Ahora resulta que el bueno de San Valentín era un pelmazo que bendecía las parejas cristianas en la antigua Roma, o algo de eso re pro iglesia de curas pedófilos. Seguro hasta pro vida era el muy santurrón. En fin, mi amor, sigo.

En algún momento nuestra protagonista, duda de todo. Su amor, su sexualidad, su identidad, sus valores, su mismidad. Una crisis de esas que en un Goethe te arrastran al  suicidio en medio de acordes dramáticos. Todo culpa de un antiguo amigo de la infancia con el que se cruza en una librería buscando un regalo de aniversario para su amor.

La circunstancia es un tanto confusa, pero terminan besándose hasta el hartazgo con el chabón este, y ella enfrenta la crisis existencial. De allí al diálogo amargo, lleno de insultos ácidos, y miradas de desprecio con la chica del flequillo azabache, es todo una escena veloz, que arrasa con el jardín primitivo que cultivavan las dos mejores flores de la planta más dulce. La separación se impone en medio del momento más oscuro del relato. Ella se va a la casa del chabón, le hace el amor, (bueno, lo regarcha, pero no sé si corresponde el término para una lovestory, auxiliame mi amor) y se queda luego sentada, con la mirada perdida. Una escena tipo Trainspotting, pero sin bebés gateando en los techos.

Está desnuda, pálida, mirando la nada. Suena una de Leonard Cohen, que rinde hasta para Shrek, o podemos pensar en algo más tipo “Vos y yo” de Sandra y Celeste, una suerte de guiño, viste, para que no digan que sigo metiendo de costado la bobada esa de que el relato del amor es cosa de hombres. 

La del flequillo está en el andén del tren, picándose vino cortado y anfetas molidas en las venas, cuando la ve llegar. Ella ha hecho ya su epifanía (porque esta es “de chica conoce a chica”, y entonces las epifanías ni ocurren ni se tienen, ellas las hacen, empoderadas hasta la médula) y llega a buscarla, porque intuye que el desamor siempre termina en autoagresión, y cuanto más berreta mejor.

Se encuentran, se miran fijamente. La intensidad de las miradas hace arder las páginas del libro, incendia los corazones, calma a los hambrientos, es una de esas miradas.  La del flequillo está en la galaxia donde conviven los transformers con los ositos cariñosos, una galaxia muy dibujitos de tv abierta en los 90s, y ella llega embebida del buen amor pos epifanía. Suena algo tipo Through the barricades.

—Te amo, dice, tomándola con ambas manos de la cara

—¿Te conozco?, responde la del flequillo. 

—Soy yo, amor, yo…

—Y yo, soy yo, forra pelotuda. ¿qué te me tirás encima?. 

—Entonces somos yo y yo, no importa. Te amo

—¿Trajiste faso?

—No, amor, traje mis sueños, mis proyectos juntas, y todo el amor del mundo para darte.

—Y faso, ¿no trajiste faso?

—…

—Andate a la puta que te parió careta, grita, se levanta y corre por el andén, con la tormenta ardiendo en su mirada

Ella la ve huir, se encoge de hombros y murmura en francés

Ces’t la vie.

Telón rápido. 

No me mirés así, amor, yo creo que con una fotografía de tonos entre verdes y sepias, y mucho Nick Cave en la banda sonora, te mete una mención en el Sundance festival. Pero vos no me tenés fe. Y a mi, en el fondo, las love stories me parecen pasatistas. Mejor cierro y vuelvo a ver Breaking bad, que es más mi palo.

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Edh Rodríguez

Nació en Mercedes en 1972. Escuchador compulsivo de rock, pop, blues, jazz y otras yerbas. No le incomoda ver cien veces la misma película, ni leer de nuevo los mismos libros de siempre. Sigue sin saber bailar tango.

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