El portero

E

I

El Edificio Mirador estaba cerca de la rambla montevideana. Era una construcción de mediados de los sesenta del siglo pasado, que en medio de la arquitectura de un barrio creado a principios del siglo XX, mostraba un aire futurista. Desde lejos imponía su forma, no solo por lo grande sino también por lo vistoso. Pero su importancia no era tanto lo que mostraba sino lo que albergaba. En su interior, se daba cita lo más acomodado de la sociedad montevideana: sedes regionales de empresas multinacionales, medios de comunicación, agencias de publicidad, financieras, estudios contables o jurídicos y un etcétera tan amplio como apartamentos había.

Leiva era el portero de la mañana. No solo era el más antiguo en el puesto, sino que era el mayor del plantel de cinco porteros; cuatro fijos y un retén. Leiva representaba lo que él llamaba “el viejo esquema”. Sus máximas consistían en una puntualidad de ferroviario, una elegancia de aristócrata y un silencio de cura. Gracias a ellas, supo sobrellevar varias crisis sociales y económicas, pero sobre todo laborales.

Una mañana de noviembre, cuando el calor del verano empezaba a dar sus primeros pasos sobre el sur del sur, Leiva se percató de que en menos de una semana estaría exactamente a tres años de jubilarse. Si hubiera sido otro el momento, quizás el hecho no despertaba mayores comentarios. Pero hacía unas semanas atrás, supo que su hija mayor estaba embarazada. “La estirpe de los Leiva se agranda”, pronunció muy solemnemente a los integrantes del Consejo de Administración del edificio.

La posibilidad de estar a poco tiempo para jubilarse tenía su lado bueno y su lado malo. Dispondría de mucho tiempo para acompañar el crecimiento del más pequeño del linaje, pero, por otra parte, sus ingresos se verían reducidos. Ver a su nieto es una cosa, poder comprarle lo que necesita ya es otra.

Leiva estaba pensando en el precio de los pañales, cuando el presidente del Consejo de Administración del edificio le pidió unos minutos para hablar con él. A solas. Esta última puntualización en el pedido, hizo encender las alarmas del portero.

—¿Me quieren despedir? —interrumpió Leiva, mirando directamente a los ojos del consejero.

—¡No, Leiva! —Respondió el presidente mientras se extendía las palmas de las manos hacia el cielo. —¿Cómo lo vamos a echar a usted, si es nuestro mejor portero?

El halago puso contento al portero, pero aún así no bajaba la guardia. Sabía que algo oculto había.

—Sabemos que usted está a unos años de jubilarse y realmente se lo quiero decir… Esto funciona gracias a sus servicios siempre impecables. De todas maneras, este servicio de portería va a estar por muy poco tiempo más, porque el camino de la modernidad y la tecnología, ya se acerca también a su rubro.

 —Casualmente hoy estoy a tres años de jubilarme.

—Lo felicito. Solo le restan 1.050 días para culminar con todas sus obligaciones laborales. Me imagino que usted ya hizo esa cuenta.

—No, pero me sirve saber ese dato.

—¡Qué bueno! Lo va a necesitar. Sobre todo, después que le comente los planes que tenemos para el edificio.

Leiva, que desde el inicio de la entrevista se sentía sentado en un subibaja impulsado o frenado por el Presidente del Consejo de Administración del edificio, se paralizó como un conejo encandilado en medio de la ruta frente al auto que lo está por atropellar. El presidente le dio una palmada en el hombro y le mostró la sonrisa más seductora.

—Quédese tranquilo. Mañana lo hablamos.

—No puedo. Si me deja con esta intriga me voy a sentir muy mal. Yo me conozco. Prefiero que las malas noticias me las diga sin anestesia.

—No hombre, no. No hay malas noticias, ya se lo dije.

—¿Cómo qué no? Me está diciendo que voy a necesitar contar los días, ¿y me dice que es para bien?

—Si claro.

—Entonces dígamelo ahora. No me deje así.

—Bueno. Le queremos regalar algo realmente increíble. Sus servicios son tan maravillosos, que queremos tenerlo para siempre con nosotros.

Los nervios del Portero iban en aumento.

II

El Consejo de Administración en pleno se había reunido en sesión extraordinaria con un único punto: la propuesta para Ramón Leiva. También estaba el propio portero, que estaba vestido mejor que siempre y sentado recto como una plomada. La reunión la comenzó el presidente, Juan Pedro Ritz.

—Bienvenidos a todos a esta sesión extraordinaria del Consejo, en especial a nuestro querido Ramón Leiva, con 22 años de trabajo ininterrumpido en la portería de nuestro edificio. Él cumple una labor esencial: controlar el ingreso y egreso de cada persona en este recinto. No solo es quien tiene el control de la entrada principal, sino que es el único que tiene el acceso a todas las puertas del edificio. Para nosotros, hoy es un honor contar con su presencia. Así que vamos directo al asunto que nos compete. El consejero de mantenimiento edilicio, Darío González Romero será quien presente la propuesta.

—Muchas gracias, presidente. Nuestra propuesta es muy simple y a la vez muy compleja. Sabemos que le quedan tres años en el puesto y para nosotros es un privilegio que pueda continuar en el Edificio Mirador. Pero sabemos que todo tiene un final. Y del plantel que tenemos, el único con tantos años de experiencia y dedicación a la tarea es usted. El resto, son jóvenes que están siempre buscando alternativas distintas. Por lo tanto, queremos crear una alternativa que nos permita asegurarnos que ante su retiro, podamos contar con alguien como usted.

Leiva escuchó atento. No se le movió ni un pelo de las cejas. El consejero de finanzas, Fabián Berbé explicó que el incentivo económico sería un aumento del 65% de su actual salario, junto con un plus del 20% para atender las eventualidades de la propuesta. Leiva pidió la palabra.

—Me alegra mucho el buen concepto que se tiene sobre mi trabajo en este edificio. La propuesta económica suena muy interesante. Pero aún no me contaron cuál es la propuesta en sí y me gustaría conocerla sin tantas vueltas.

—Queremos que usted se quede con nosotros para siempre —dijo en forma directa González Romero. —Lo que pretendemos de usted es hacer un clon.

—Entiendo. Ustedes quieren que yo forme a una persona del equipo para que en menos de tres años termine teniendo las mismas actitudes y aptitudes que yo. Bueno, eso en princ…

—No, no —Interrumpió secamente el consejero de mantenimiento. —Lo que queremos de usted es su código genético.

Leiva perdió la línea. Los hombros se desplomaron hacia adelante y el rostro se puso pálido. 

—Eso es… 

—¿Imposible? —intercedió Berbé. —Imposible no lo es. ¿Quiénes atienden en la oficina 706?

Silencio. En la citada oficina estaba la sede de una empresa multinacional de genética. Si bien los laboratorios no estaban en el edificio, ahí se encontraban las oficinas de la empresa, desde hacía ya más de 10 años. Leiva lo sabía, pero ahora por primera vez los vinculaba con su propia existencia. 

—¿Es antiético? —continuó el consejero de finanzas. No sabemos de qué nos habla, porque nadie se va a enterar de esto. Entonces, ¿es un problema financiero? Tampoco. Se dará cuenta el volumen de inversiones que manejamos en este lugar. 

—¿Y entonces para qué me quieren? Es mucho más barato contratar a una empresa de estas que ponen los totem de videovigilancia y listo. No hay que pagar seguridad social, ni derechos ni despidos. 

—Pero ya le dijimos que no es por la plata. Lo que nos motiva es tener gente de suma confianza. Y usted reúne todas las condiciones. Es el mejor. Encima siempre tuvimos el mayor de los respetos hacia usted y su trabajo. 

—¿Y si yo no quiero?

Silencio. Se miraron entre todos. El que retomó la palabra fue el consejero Ritz:

—Nosotros le daremos un plus por formar a un nuevo equipo y le daremos una paga extra por su silencio. La paga extra es de por vida. De la suya, obviamente. No creemos que vaya a decir que no.

El consejero de finanzas escribió la suma en un papel y se la dio. Tenía cinco ceros a la derecha del número. Era por mes y en dólares. Leiva abrió grande los ojos. Casi termina de reconocer que la oferta era muy tentadora. Pero volvió a dudar.

—¿Y si ustedes me quieren matar después que les de mis genes?

—¿Usted se piensa que nos vamos a exponer a algo tan grande para terminar haciendo este acuerdo de delincuentes comunes? Mire, usted en tres años va a tener tanta plata que va a poder hacer lo que guste. Inclusive irse del país. Va a seguir cobrando su mensualidad en el banco del mundo que usted elija. Si es un banco estadounidense, mejor. Pero la oferta se termina una vez usted salga de este Consejo Especial. No hay dos oportunidades.

—Sigo sin entender el por qué de la propuesta y hasta donde llego yo. 

—Simple, —reiteró el consejero de mantenimiento, como al inicio de la propuesta — usted nos permite hacer el clon y nosotros le compramos toda su preciosa experiencia y dedicación al trabajo, junto con su ética, su moral y el silencio de sus principios. En tres años usted está fuera de todo y nosotros estamos tranquilos de que todas nuestras actividades, las públicas y las no tan públicas, están bien protegidas. 

—¿Y si no quiero?

—No pasará nada. No tenemos miedo a lo que usted diga o haga porque va a quedar como un loco. Nadie le creerá. Y tres años puede ser muy corto o puede ser mucho tiempo. Es todo relativo, como dijera Einstein. Puede pasarle muchas cosas en tres años. No?

III

—Hoy entra se jubila nuestro más querido portero: el señor Ramón Leiva.

El presidente del Consejo de Administración aplaudía sentado en la primera fila del salón de conferencias del edificio, frente a un Leiva que tenía una sonrisa de oreja a oreja. El que hablaba era el presentador estrella de la radio más escuchada del Uruguay, que ofició de maestro de ceremonias del evento.

—Recuerdo la primera vez que vine a este edificio, que hoy es mi segunda casa. Yo estaba que volaba de los nervios y no podía dejar de tartamudear. Hasta que vino el señor Ramón, (porque si bien todos le nombramos y le conocemos por su apellido como una marca personal, para mí siempre fue Ramón) y en el despacho de la entrada me dijo estas palabras que no voy a olvidar nunca más y que lo pintan de cuerpo entero. “Yo a usted lo conozco de otra radio y siempre vi que es un hombre íntegro y de respeto. Usted merece estar en esta casa. Acá solo está lo más destacado. La excelencia. Haga valer esa calidad que lo trajo hasta acá, con la cabeza levantada y el porte firme del hombre que es”. 

Aplausos.

—Hoy se va de esta casa un hombre íntegro y se va con la frente levantada. Hoy se va un baluarte del Edificio Mirador. Un edificio que fue testigo de tantos hechos históricos del país. Para el edificio, hoy es un día histórico: nos deja el mejor de los nuestros. Por suerte, el legado de los Leiva quedará entre nosotros, dado que hace tres años pudo ingresar al equipo de porteros su nieto, el talentoso Raúl Leiva. Siempre estaremos agradecidos de haber confiado en usted, Ramón Leiva. Este aplauso es para usted.

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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