A mi tío Willy, que sabía contar historias
Si non é vero, é ben trovato
Escribo para novelar.
Por eso mismo te cuento ahora, mientras vos vas descorchando la damajuana y el fuego trabaja el espinillo hasta hacerlo brasa, la última conversa que tuve con mi tío. No cualquier tío, sino el último. Pitando su eterno cerrito armado con hojas Atala, mientras esperaba que la yerba hinchara, desgranaba sus memorias en una prosa lenta que hacía de cada imagen una palabra, de cada palabra una frase, de cada frase una escena que podés ver en cualquier película intimista y mínima.
El tío proseaba lento, pícaro y sabroso, …siempre mate en mano, lo mismo a dos metros de distancia que a mil kilómetros tecleando en la pantalla del celular. Si no me creés te ofrezco uno de los últimos intercambios que tuvimos.
Hacía calor en casa, uno de los calores húmedos y habitados de viento norte que anuncian el pasaje de la primavera al verano.
Eran las 12 y tío me saludó:
—¿Qué hacés che?
—Poco y nada, bobeo frente a la pantalla, ¿vos?
—Vigilo un guiso
Entre vos y yo, puesto a contar el cuento, te hago saber que tres semanas antes el tío me había pasado un escrito de veinte páginas en las cuales se despachaba con las memorias de su infancia, comenzando por el momento cero del recuerdo, cuando su abuelo llegó a Santos, de polizón en un barco zarpado de las Islas Canarias, a fines del siglo XIX.
Las páginas me habían envuelto en un mundo que podría contar El Sabalero mucho mejor que yo, pero lo conmovedor del asunto llegó cuando en medio de las presentaciones de nombres y circunstancias, la familiaridad con relatos de mi madre y otras tías, me hicieron caer en la cuenta de que el tío, contando su historia, estaba también relatando parte de la mía. Descorriendo en negro sobre blanco un velo de preguntas no hechas o respondidas a medias. Un velo pesado como una lápida, habitado de timideces, un sentido del respeto demasiado parecido al temor y la obediencia; una forma hecha de silencios y distancias que ellos consideraban buena educacion
Entonces, puesto a curiosear, escribí, como quien desliza un comentario al descuido entre mate y mate
—Estuve leyendo lo que me mandaste. Me emocioné cuando me dí cuenta de que hablás de mis bisabuelos, de mis abuelos, y en algún momento algo dirás de mis padres.
—¿Sí? Te diste cuenta… luego de mandártelos caí en la cuenta de eso mismo. Es mi memoria, pero para vos puede ser una historia que no pediste.
—Decime una cosa, que nunca te pregunté. La tía me contó un par de veces que vos también trabajaste en la fábrica… ¿Nunca escribiste nada sobre eso?
—Diez años, trabajé en esa fábrica. Era como un campo de concentración…
—Pah, no sabía que fuera tanto tiempo.
—¡Tengo unas historias de la fábrica!… ¡Cada historia!
—Me imagino
—Hay un refrán que dice “el que tiene padrino…
—…no muere infiel”
—Me entendés, yo sabía que ibas a entender. Ahí, nace una historia… de algo que me pasó en la fábrica…
—¿Una historia de padrinos? ¿o de infieles?
—Jaja!! Mirá…Escuchá…Mes de diciembre, mucho calor, yo pertenecía al taller…
Me levanté de la silla y me fui a la cocina. Piqué un queso semiduro en un plato, agregué dos galletas y puse a calentar agua mientras ensillaba el mate. Aquello prometía.
—Al lado del taller, montado en dos galpones enormes, estaban los llamados filtros. Allí se purificaba el agua del río para toda la fabricación del papel.
El tío está viejo, hace unos seis o siete años que no nos vemos, puedo imaginar que ha perdido algo la vista porque sistemáticamente coloca tres comas juntas donde uno colocaría puntos suspensivos. También leo el esfuerzo por mantener, en una pantalla de celular, y por escrito, los tiempos y el fraseo propios de la lengua hablada. Y no hablada con cualquiera, sino con uno de sus sobrinos, que -él lo sabe mejor que nadie- seremos quienes podamos recoger su historia y hacer de sus anécdotas y cuentos algo vivo.
Como buen técnico de baby fútbol sabe que la transmisión de una idea, una imagen o una memoria la completa el que la guarda, no el que la ofrece. En la cancha se ven los pingos, y lo que uno enseña sólo se ve en lo que el alumno hace con la enseñanza. Su habla pausada, cargada en los tiempos y las inflexiones de voz, se traslada en frases cortas, puntos supensivos, ideas condensadas en líneas breves y tajantes, que sin embargo se reciben más como una caricia que como un tajo.
Uno no sabe hasta que lo encuentra, que hay una forma de amar que es traducir del habla al escrito, para que no se pierda la caricia de la voz, ni el sabor del momento compartido.
—Bajo techo había, es más, sigue estando, una hermosa pileta de unos treinta metros por quince…y aproximadamente tres de profundidad. El jefe nuestro, Marito se iba siempre a almorzar a las 12:30 a su casa en el pueblo.
Me senté en la poltrona, estiré las piernas sobre un banquito. El plato, el termo y el mate en otro, al lado de la poltrona.
No sé en qué estará usted lector o lectora de esta historia que le cuento solo porque es tan verdad que parece fábula, pero lo que es yo, me dispuse cómodamente a dejarme llevar, como en el cine, por un relato que avanzaba hacia una de esas tragicomedias cotidianas que todos saben pero nadie quiere confirmar.
—Cuando se fue, agarré unas llaves y salí del taller… Me fui a la piscina, bajo techo… me saqué la ropa, quedé en slip…y me tiré a nadar…
»Como a la media hora… -de nuevo los puntos que hacen en la pantalla el silencio necesario para armar un tabaco, o cebar otro mate- Abren la puerta, y ¡ooohhhh, sorpresa! Marito, y el Director de la Fábrica, Juan Ignacio, el ingeniero. Y yo nadando, tranquilo…
El drama en todo su esplendor. Recortado en esa prosa que sin adjetivar te deja frente al asunto, sin vueltas.
—Marito se rascaba el culo… y Juan Ignacio se reía…
»Juani me dice: “Che Willy! ahora fíjate si en todas las canillas se está pasando la arena… ¡Dale! ¡Zambullite!”
»¡Salvado! Me Zambullí… y de cada caño al que llegaba el agua purificada, sacaba arenita. “Si ingeniero, en todas sale arena, mire…” Y el ingeniero me dice: “bien, bien. Tomate un recreo de 5 minutos, y después salí. Chau, y gracias, Willy.
»Al rato salí, vestido, y me fui al taller. Marito me estaba esperando. Me llamó a su oficina, y me preguntó: —“¿Usted fue por las suyas a nadar, o lo mandó el ingeniero?
—”¡Noooo, Mario! El ingeniero me mandó…”
—¡Genio! No pude evitar meter cuchara. Por alguna razón, el ingeniero dueño de la fábrica acababa de salvarle el pellejo, con un gesto sencillo y mínimo, de esos que los amigos, y algunos patrones tienen porque sí, por nada…
***
—Cuando salía de la fábrica, para irme, lo veo a Juan Ignacio arrecostado a un árbol… Yo tenía que pasar a su lado camino a la salida. Cuando pasé, me dijo bajito: “Me debés una”.
—¡Y sí!, entre bomberos…
—El 24 de diciembre, pagué la deuda
—Algo de eso maliciaba… no te voy a mentir.
—Jjjaaaa! Nooo… ¿entre mormones nos vamos a pinchar la bici? ¡Epaa!!
—Jajajaja. Ese no lo tenía.
—Ese 24, entra el ingeniero, y viene derecho a mí:. “vení, quiero hablar contigo…”
»Buscá gente de tu confianza. Un electricista, vos, y un ayudante para vos. Van a hacer un trabajo…extra. Se quedan a hacer horas extras. Pidan la comida. Esto no se puede saber, por nadie…
»Yo asentí, y el ingeniero siguió: “Vení que te muestro lo que van a hacer”. Fuimos arriba de los techos de la fábrica de celulosa. Allí, había que colocar un motor grande, eléctrico, y conectar una cañería para la bomba de incendio.
»Llevé gente de mi mayor confianza. En 2 horas, todo pronto… ¡y nos regalaron 8 horas extras más!
»Al otro día, 25 de diciembre, ¡terrible incendio! Cerca de la madera para hacer celulosa.
»La bomba de agua, ¡perfecta, cómo funcionó! …Pero la manguera de incendios… no llegaba… ¡No llegaba al foco grande de fuego!
—¡Uhhh!!!
—El seguro debió cubrir los gastos por la pérdida de material.
—¡Qué macana, tío, con el laburo que les había dado!
—¡Todo perfectamente calculado!
—????
—Se incendió madera podrida… ¡y se pagó como una muy buena!
—Casi como calculado por un ingeniero.
—El día 26 me dice Juan Ignacio: “a fin de mes tienen un premio…¡los tres! Silencio, ¡por favor!
»¡Deuda saldada!
»¡jajajaaa! Nunca lo había contado a ésto. Sos el primero. No soy de hablar… Si me dicen “shhh”: silencio.
»Guardé el secreto… Por mil años, más o menos, ¡jajajaja!
»Ahí tenés otra historia! Bueno, una sola, de la fábrica. Después te cuento otra…
—Yo soy una tumba.
—Para mí es así, si me dicen: ”no coment” Yo no hablo. Si me preguntan… “pah, no sé nada che,!!!”
—Me dejás helao, no sé de qué me hablás.
—Jjjaaaaa…Siiii… Esa misma…”Paaaa… no tenía ni idea”.
El final del diálogo, un termo de mate después, fue sencillo. Dijo mi tío que con éste, como con sus otros relatos, hiciera lo que quisiera. Que los silencios son para callar, y las historias contadas son para contar. Por eso, hoy, en medio de otro julio inhóspito, me tomo la libertad de novelar. No de hacer una novela, sino de no velar, de sostener en alto el velo que levantó mi tío en su última conversa conmigo.
Porque cuando uno calla sus historias, el tiempo, la desmemoria y el silencio son un velo más pesado que la muerte. Y de muertes y despedidas mi tío y yo, ya tenemos más que suficiente.
muy bueno
gracias