El robo

E

La madrugada de verano, refrescada por una brisa dulce, tentó a mantenerse despierto al vecino del tercer piso del edificio más nuevo de la cuadra. Sacó una silla de playa para el balcón y con la luz apagada para no atraer a los mosquitos se sentó a tomar una cerveza. Al otro día no tenía que trabajar y desde un par de años atrás, vivía solo en el monoambiente que se pudo alquilar luego del divorcio. A pesar de ser un barrio bastante céntrico, la cuadra tenía una tranquilidad particular. Muy poca gente circulaba a esa hora y casi no se escuchaban conversaciones. Los motores de los autos que pasaban, en su mayoría taxis libres que cortaban camino para atravesar la ciudad en dirección oeste – este, parecían olas de un mar sereno. Aquella paz le permitió al vecino pensar en posibles soluciones para algunos problemas que debía resolver.

Estaba concentrado en un diálogo imaginario con un compañero de trabajo, cuando un estallido de vidrios lo trajo de nuevo a la realidad. Alerta, miró por encima de la baranda y vio a tres adolescentes meterse por el hueco en la vidriera de un local de ropa masculina, ubicado en la vereda de enfrente. Oculto entre las sombras y unas plantas tupidas que adornaban el balcón, el vecino continuó observando los acontecimientos. Estaba pensando en llamar al 911, cuando a los pocos segundos, se activó la alarma del local. Los muchachos apenas tuvieron tiempo para agarrar algunos pantalones, camisas y un saco sport. El vecino pudo ver como desaparecieron tan rápido que no pudo distinguir nada llamativo de ninguno de los tres. En la huida, algunas de las prendas robadas cayeron a la vereda y ahí quedaron. Los vio correr a contramano del tránsito y desaparecer en la primera esquina.

El vecino volvió a sentarse junto a lo que quedaba de la cerveza. Sacó cuentas: era más caro reponer el vidrio roto que lo poco que lograron llevarse los pendejos. A los diez minutos, cuando estaba retomando en el punto donde había dejado la conversación imaginaria, un auto paró frente al local. Era el dueño del comercio. El conflicto seguía y él retornó a su puesto de vigía.

El dueño puteó frente al hueco de la vidriera y levantó un par de pantalones de la vereda. Llamó desde ahí mismo a la policía. Habló a los gritos para que todos en el barrio pudieran oírlo, como si la alarma ya no hubiera despertado a los vecinos. Respondió seco y fuerte a las preguntas del 911. Cortó la comunicación y entró al comercio a calcular la cuantía del robo. Prendió todas las luces que pudo y la cuadra se iluminó un poco más.

El vecino no se perdió detalles. Desde arriba, miraba la escena como si fuera parte de una película. Si bien no era un acontecimiento gratificante, el robo no fue grande, no hubo heridos y rompía por un instante con la monotonía de su vida. Fue así que, instalado en su rincón de espectador privilegiado, vio como llegaba la patrulla con la sirena apagada, salían dos uniformados y se disponían a hablar con el comerciante. Uno de los policías volvió al auto. Desde la calle, se estiró para sacar la radio y comunicarse con la seccional y pasarles el parte primario de los hechos. Cuando cortó, sacó un celular de su bolsillo y escribió un mensaje. En un breve instante en que el otro policía salió a la vereda, el que estaba en el patrullero le dijo, “también le avisé al Fefo”. Por un breve instante se los escuchó discutir y el que hablaba con el comerciante volvió al interior del local. A los pocos minutos, apareció un segundo patrullero y un auto blanco. Del móvil policial salieron dos policías más. Ambos tan gordos que se les dificultaba caminar o agacharse. Mientras que del auto blanco, apareció un par de hombres que vestían chalecos con muchos bolsillos. El primero en pisar la calle fue el chofer; un tipo con barba espesa, pelo largo y movimientos rústicos. El acompañante era Federico “Fefo” Tiscornia, periodista del noticiero central de uno de los más prestigiosos canales de la ciudad.

Los siete hombres se pararon en la vereda. El comerciante prendió un pucho. Mientras hablaba, invitó a todos mostrando el paquete de cigarrillos y uno de los gordos aceptó el convite. Lo prendieron y se pusieron a hablar, un poco apartados del resto. Parecían dos buenos amigos hablando de política. El chofer del auto blanco aprovechó el impasse para sacar una cámara que parecía una bazuca y un micrófono con un cable tan largo como el brazo de la ley. Ambos se acomodaron tomándose todo el tiempo del mundo. El periodista escribía lo que le dictaba el policía que había llegado primero y el camarógrafo acomodaba el foco de la cámara. Desde arriba, la escena era parsimoniosa. A tal punto que el vecino casi se va a dormir.

Pero de golpe, la luz del camarógrafo se enciendió y todos comienzan a moverse con velocidad. El periodista agarró a uno de los gordos y le pidió que se quedara a su lado. El camarógrafo le preguntó al comerciante si podía apagar las luminarias del local y este accedió. Cuando el dueño del local volvió a la vereda, el trabajador del noticiero le explicó que los robos en la noche es mejor filmarlos solo con la luz de la cámara, porque esta iluminación le aporta un toque de dramatismo y espontaneidad a la composición del plano. Al comerciante no pareció importarle un carajo.

Los policías que llegaron primero, estaban en la entrada del local. El gordo que no se quedó con periodista, entró con dificultad al comercio y esperó en la penumbra, alumbrando los maniquíes con una linterna como buscando algo. El camarógrafo preguntó si largaba, pero como un último toque de decoración, el policía que llamó a los del informativo se acercó al patrullero y prendió las balizas, para que las luces azul y roja decoraran la fachada del negocio. El periodista miró a todos y luego de confirmar que estaban en sus posiciones, dio la orden de comenzar la nota.

Los policías se movieron con la precisión de una coreografía muy estudiada. El comerciante los miraba deslumbrado, al punto de parecer sorprendido por el robo. El periodista habló con el gordo que tenía a su lado y se giró para finalizar la nota frente a la cámara, de espaldas al lugar de los hechos. La luz del foco se apagó y con ella, los movimientos de todos. El comerciante volvió a prender un pucho, pero esta vez no convidó. Los del informativo agradecieron, dándole la mano a cada uno de los presentes, guardaron sus materiales en el auto y se fueron. Los dos gordos se quedaron un minuto más y también se retiraron. Quedaron los dos policías que llegaron primero. Le dieron un par de consejos al comerciante y abandonaron el lugar. El comerciante se quedó ahí, pero para ese entonces, al vecino le había dejado de importar el robo y se fue a dormir.

En la mañana cuando el vecino puso el informativo del mediodía, el presentador de noticias policiales le daba el pie a una nota sobre “un robo acontecido en la madrugada de hoy a una prestigiosa tienda de ropa masculina”. El vecino se quedó parado con el control remoto en la mano. Cuando las noticias pasan a escasos 40 metros de casa, las cosas siempre llaman la atención. Entonces, el vecino pudo comprobar el resultado de todo lo que había visto unas horas atrás. Lo primero que ve es al periodista Tiscornia, micrófono en mano y con cara de circunspección.

—Nos encontramos ubicados frente a la tienda de ropa Owen Grapes, más precisamente en la sucursal Centro. Tres jóvenes menores de edad, instados por un cuarto hombre mayor de edad que los acompañaba, ingresaron a la tienda a primeras horas de la madrugada. Como pueden apreciar, los malvivientes penetraron en el comercio luego de que apedrearan la vidriera del establecimiento. Una vez dentro, los menores no solo robaron prendas de vestir, sino que fueron por la caja del local.

La imagen a continuación muestra vidrios rotos, ropa tirada en la vereda, la cara de desconcierto del dueño del local y a los policías caminando de aquí para allá, mirando y anotando todo. La voz en off de Tiscornia continúa relatando los hechos: “los tres menores intentaron primero con forzar la puerta. Como no lo lograron, decidieron arrojar una baldosa y romper los vidrios”.

El vecino vio en la pantalla las imágenes de una cámara de seguridad del local. Ahí estaba el momento en que los pendejos entraron corriendo luego de apedrear el vidrio y pasan manoteando lo que encuentran a su paso. Pero la imagen se detiene y pasa a nuevamente a los policías, ahora en la vereda. Cuando vuelven a aparecer en pantalla los agentes, la voz en off dice: “luego de ingresar comenzaron a llevarse todo lo que encontraron a su paso, y fueron en busca de la caja fuerte del comercio, pero al no poder abrirla, intentaron llevarse lo que había en las cajas registradoras”. Ahora, en el centro de la acción queda la cara del subcomisario Ordóñez, el gordo que se quedó al lado de Tiscornia. 

 —Los tres masculinos ingresaron por el frente del establecimiento y fueron tomando todo lo que pudieron, pero su objetivo principal fue la caja fuerte. Al no poder accionar el mecanismo de cierre de la caja, resolvieron llevarse lo que aún quedaba en las cajas registradoras. Según indicó el propietario del comercio, los NN se llevaron el equivalente a 650 dólares americanos, y varias prendas, valuadas en aproximadamente unos 4.500 dólares.

—¿Hubo un cuarto hombre involucrado?

—Afirmativo. Se trata de un masculino de 32 años de edad, poseedor de antecedentes por hurto y rapiña.

—¿Es uno de los que ingresó a la tienda?

—Negativo. El masculino se quedó fuera del establecimiento, realizando lo que comúnmente se le conoce como “hacer campana”.

—¿Se pudo detener a alguien?

—Por el momento tenemos la identidad de uno de los menores y del mayor de edad. Los móviles policiales están en este momento recorriendo la zona, ya que nosotros concurrimos ni bien recibimos la llamada por parte del damnificado.

Tiscornia apareció nuevamente en cámaras al mismo tiempo que se giraba para quedar frente a la cámara.

—Según nos contara el propietario de la tienda, esta es la tercera vez que roban en este local. Las veces anteriores fueron cuando el local estaba abierto al público. Con la cámara de Carlos Cuello, informó Federico Tiscornia.

El informativista en el estudio continuó con los pormenores de un accidente de auto en una ruta, pero el vecino no le dio la posibilidad de continuar. “Son cualquiera”, pensó, mientras apretaba el botón más gordo y rojo del control remoto.

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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