Kilmon y los bichicomes

K

Cierto día, Kilmon caminaba por una calle del Centro de Montevideo junto con Milton Vargas. Iban rumbo a una reunión con amigos de la infancia de ambos, en un viejo bar de la zona que ya no existe debido a estos tiempos fatídicos, en donde cualquier espacio en seguida se convierte en un palomar de monoambientes sin identidad ni arte ni belleza. En medio de la vereda, interrumpiendo el paso, un hombre cortó en seco la charla. Era casi un marginado de manual: vestido con jirones de ropa, cargado de bolsas repletas de basura y con una mugre de varias vidas atrás. Lo único que alcanzó a decir fueron dos palabras inquisitoriales: “¿Una muneda?”.

Kilmon, en medio de su verborragia habitual, quedó descolocado. El que atinó a responder fue su amigo. Lo apartó con un “no”, que sonó a amenaza. Ambos siguieron su camino y el mendigo siguió parando gente. Kilmon estaba a punto de retomar su monólogo, cuando su compañero cambió el ángulo de la charla.

—¡Cómo se está poniendo la cosa! Esto está cada vez peor… Siempre hubo gente mangueando, pero cada día aparecen más y más. 

—¿Será tan así?

—Si, claro… Vos porque no sos de andar mucho por acá, pero mirá que si. Se está llenando de pichis. 

La última palabra de su amigo, fue como si le hubieran tirado sal a una herida en su léxico. Pichis, se repitió Kilmon para sí mismo. Sus pensamientos provocaron un pequeño espacio de silencio entre ambos. 

—¿En qué te quedaste pensando? —preguntó el compañero del escritor. 

—En lo que dijiste. Milton. ¿Vos sabés de dónde viene la palabra “pichi”?

—No.

—Deberías saberlo.

—¿Por?

—Porque vos, que te decís de izquierda, estás quedando como un clasista.

Su amigo frunció el seño y la boca. Hizo una mueca de desprecio que Kilmon tomó como un desafío a sus ideas. Ya estaban llegando al bar en cuestión y la discusión quedó en puntos suspensivos. Ambos entraron al lugar donde las más cercanas y bohemias de las amistades de la infancia los estaban esperando. Luego de los saludos de rigor y de algún que otro comentario acerca de novedades del grupo, Kilmon atacó:

—¿Ustedes saben qué es un pichi? —todos rieron, pero el amigo que lo acompañó hasta el bar, rio con menos entusiasmo.

—Un pichi es un tipo que está en la calle —respondió uno de los que ya estaban sentados cuando llegaron. 

—No. “Pichi”, el la jerga de los milicos azules es un delincuente. En general, gente marginada. Después, cuando vinieron los milicos verdes, los “pichis” pasaron a ser todo lo que ellos denominaban “subversivos”. Básicamente tupamaros y comunistas. Y después, cuando volvió la democracia, la derecha usaba el término “pichi” para hablar de los pobres. En especial de los que vivían en la calle. 

El resto de los concurrentes quedó en silencio. No entendían el por qué de esta repentina pregunta. Pero como casi todo en Kilmon tenía un sentido, incluso hasta lo más extravagante que siempre era fruto de un cuidadoso análisis detrás, Todos entendieron que el escritor algo se tramaba.

—¿Y por eso decís que usar la palabra “pichi” es clasista? —retrucó Milton y todos vieron ahí el motivo de la pregunta inicial.

—Primero, porque es un término de milicos. Y los milicos lo decían de manera despectiva. Pero además, porque sin darte cuenta, lo estás usando para criticar a un mendigo. ¿Sabías que hay una palabra creada en Montevideo, que encima no estigmatiza a la pobreza como si todos fueran delincuentes?

—No. No la conozco.

—Te aseguro que sí la conocés: “bichicome”.

Sorpresa en el auditorio. Kilmon continuó con su disertación lingüistica.

—Esta palabra tiene su origen a principios del siglo XX, cuando capitales estadounidenses decidieron poner un frigorífico en el Cerro de Montevideo para poder exportar carne a gran escala. El Swift fue el primer frigorífico internacional y una de las primeras grandes industrias uruguayas. Está claro que esto movió toda la zona. De hecho, los yankis metieron hasta el primer campo de golf del Uruguay, ahí en el cerro. Y si aún al día de hoy el barrio tiene una identidad muy propia y de clase obrera, en gran medida se debe a este frigorífico.

>>Y acá es donde voy a lo de la palabra bichicome. Los gringos, instalados en el barrio, veían como por las mañanas, un grupo de personas iba a recorrer las costas de la zona en busca de lo que caía de los barcos exportadores. Y mientras ellos jugaban al golf al costado de las playas del Cerro, decían There are the beachcombers. Ahí estaban los que rastrillaban la playa en busca de comida. Y después, por fonética, los vecinos del barrio tradujeron la palabra como “bichicomes”. Una palabra que, sin saberlo, nació parodiando el desprecio de los gringos con plata. O sea, que mientras la palabra “pichi” habla del delito asociado al pobre por ser pobre, la palabra “bichicome” habla del hambre y la necesidad de la gente.

Milton se retorció un poco en su silla. Kilmon, un tipo que se autoconsideraba más allá de las ideologías o lo que para Milton equivalía a ser un tipo de derecha, le estaba pegando indirectamente. Pero el escritor no era un tipo que le gustara humillar a nadie, así que prefirió pasar a temas mucho más gratos. No sin antes, aliviar los sentimientos de culpa de su amigo militante.

—Si hasta sin quererlo, nos terminan metiendo en el subconsciente cosas que nosotros mismos odiamos. Y después son ellos mismos los que hablan de la guerra cultural. Por favor…

Más de...

Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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