Muñeca rusa

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Si uno miraba el panorama, la barra brava llegaba a la tribuna del Estadio como si fuera una legión romana entrando en la nueva ciudad conquistada. Primero entraban los soldados. Algunos colgaban los “trapos”, que indicaban los nombres de los distintos lugares de procedencia junto con consignas de amor y fidelidad al cuadro. Otros, realizaban una guardia perimetral. Luego venían los pesados del club. Estos ocupaban el espacio, con banderas, mientras entonaban cantos de arengas hacia los propios y de guerra con los extraños. Por último, ingresaban los bombos y trompetas junto con los capos de las distintas facciones de la barra, que se reunían como clanes en pos de un bien común. Compleja estructura organizada bajo la protección de los colores del club. Para el deporte, pero sobre todo para el negocio, un mal necesario.

El despliegue policial que custodiaba la llegada de las parcialidades era más grande que de costumbre. Los clásicos rivales más importantes del país se jugaban el campeonato y la participación en copas internacionales para el año posterior. Siempre que pasaban estos cruces, la policía se pertrechaba como para ir a la batalla. Solo que en este caso, era aún peor, dado que se jugaría por la noche. 

La inteligencia policial, desde hace una punta de años, se dedica a estudiar a los integrantes de las barras bravas. En especial, a los jefes y sus secuaces más connotados. Y si bien algunas veces pasa, como en toda organización paralela a la legalidad, es raro que aparezcan caras nuevas de la nada. Pero lo que despistó a la policía esa vez, fue la presencia de una pequeña mujer entre los líderes de las barras. No solo era una desconocida, sino que era una persona fuera de contexto. 

Ella era menuda, rubia natural, con rasgos nórdicos y no llevaba puesta la camiseta. Entre el pelo atado, los lentes de sol puestos sobre la cabeza, un maquillaje sencillo pero vistoso, sumado a unos gestos adustos, muy medidos, conformaban una unidad disonante entre aquel aparente jolgorio catártico. Durante el ingreso al Estadio, podía pasar por una adolescente más. Sin embargo, lo que le llamó la atención al jefe de seguridad del operativo fue que muchos de los capos de la barra, venían a consultarle a ella con atención. De hecho, los únicos en hablarle eran los hombres más temidos de una de las hinchadas más poderosas del país. Ella por su parte, siempre serena, respondía con monosílabos o movimientos casi imperceptibles. Tenía un aura tan magna que por más que todos saltaran a su alrededor, por más que ella estuviera impertérrita entre el mar de cabezas, por más que quedara prácticamente oculta entre la multitud, nadie osaba siquiera rozarle el brazo.

—¿Ustedes saben quién es esta tipa? —preguntó el comisario responsable del operativo a su cohorte de mandos medios mientras señalaba una de las pantallas del centro de monitoreo establecido en el estadio.

—No. No la conocemos.

—Es la primera vez que la veo. 

—Nosotros también.

—Estúdienla —sentenció el jefe del operativo. 

Demoraron exactamente 23 minutos en reunir todos los datos, porque aquello parecía una farsa. Resultó llamarse Andreina Morozova y poseer tres cualidades anómalas para el contexto en el cual se encontraba: Era rusa, influencer de Instagram y tenía más seguidores que lo que podían reunir todas las hinchadas juntas. El Sargento Maidana se acercó con los datos que encontraron. Se los extendió al jefe del operativo y se quedó en silencio escuchando los epítetos lanzados por su superior. 

2

Como ocurría ante cada partido de este calibre, en el momento en que los equipos pisaban el terreno de juego, ambas parcialidades desplegaban una puesta en escena digna de elogio para lo poco entrenadas que estaban las cabecitas que ejecutaban dichas maniobras. En aquella oportunidad, el primer cuadro en salir fue el visitante. En la cabecera de la izquierda según la televisación del partido, los asistentes —entre ellos, algunos con muertes en su haber— movían rítmicamente una cartulina con uno de los colores de la bandera del equipo, mientras cantaban una gutural melodía romántica. Con un poco de buena voluntad, habían logrado el cometido de simular desde muy lejos el ondear de una bandera gigante, formando una copa en el medio. 

La tribuna locataria ya estaba pronta. La hinchada rival había dejado la vara bastante alta. Para peor, en la semana previa al clásico, el presidente anunció mediante conferencia de prensa que se realizaría una apuesta muy grande para celebrar —en la previa al partido— un nuevo aniversario del club, de manera tal que deslumbraría a los ojos del mundo. Los nervios estaban a flor de piel. Un error, un momento en falso y todo podría perderse. Fue la primera vez que se igualaron las responsabilidades. La del director técnico con los dirigentes; la de los jugadores en el campo con los hinchas en la grada.

Los tres jefes de la barra esperaban las indicaciones como coroneles mirando a su general, momentos antes de entrar a la batalla. Había llegado el instante “histórico”. Los futbolistas asomaron con cierta timidez por el túnel. Y los jefes escucharon una voz aflautada pero imperativa que gritó ¡ahorra!, no como un mandato a resguardar los bienes para un futuro, sino que pretendía ser una orden para entrar en acción dicha por la pequeña influencer rusa.

Los pesados de la barra brava, dieron indicaciones a sus gobernados. En ese instante, comenzaron a desplegarse tres gigantescas telas de un color verde tan sintético como las drogas que consumía en las fiestas a las que iba el dirigente más joven del club. Andreina levantó su celular de alta gama y gritó algunas palabras en ruso. 

Desde varios puntos del estadio, comenzaron a proyectarse luces contra la tela. En ese instante, Andreina le exigió a los pesados que comenzaran con lo planeado. Fue así que de golpe, toda la cabecera derecha del estadio comenzó a hacer un sonido fuerte. Solo gritaban “U” en do mayor sostenido por 20 segundos y terminó en un estridente “A” que sonó a grito de guerra. 

Cuando se escuchó el grito, Andreína comenzó a comandar —siempre conectada mediante celular— a los técnicos. Proyectaron un video mapping que comenzó simulando los recibimientos de los clásicos anteriores. Se veía en 3D a las gradas en forma muy similar a lo que recién había hecho el rival de todas las horas. De golpe eso se pone en color sepia, queda estático y se ve como una foto antigua. Acto seguido se quema. El fuego que quema la imagen proviene de un dragón que aparece volando y cuando se posa, tira fuego hacia la cabecera opuesta. Esa imagen se convierte en volcán que comienza a estallar en lava que sale desde lo hondo de la tribuna. El color amarillo intenso cubre toda la pantalla y cuando la cámara se aleja, se ve que es el dorado de una de las copas que el club posee en su vitrina. Al final, la copa más antigua del club es levantada por el primer capitán en la historia de la institución. Y de fondo se lee la leyenda: “Somos la gloria eterna”. Andreina grita unas instrucciones en ruso y en ese preciso instante, comienza a estallar desde fuera del estadio unos fuegos artificiales que bañan de humo el interior del estadio. El partido se retrasó casi 10 minutos en arrancar hasta poder disipar la niebla. Mientras tanto, los dirigentes se abrazaban con la misma emoción con la que se recibe el primer salario. 

3

El partido fue tan anodino que terminó en un empate con el arco cerrado. No se podía romper ni a machetazos. Fue tan aburrido que no dio ni para terminar en gresca. Encima no alteró la tabla de posiciones. La única gran ganadora fue Andreina Morozova. Ella se llevó casi cuarto millón de dólares por el evento. El contrato implicaba que además de organizar el mapping, debía subir contenido a sus redes. 

Fue así que ella generó 5 piezas audiovisuales de alto impacto a nivel internacional. En tres de ellos, se la ve a Andreina chillando como una niña feliz y sorprendida en la tribuna. Los otros dos videos fueron entrevistas a los jugadores. También recorrió los canales del mainstream mediático y fue a la sede a buscar —junto con las cámaras— un carné de socia de honor de la institución, que le fue de gran utilidad para peinar las líneas de coca que se esnifó mientras estaba en el país. 

Las andanzas de la pequeña muñeca rusa fueron una gran movida de márketing. El partido fue recordado como “el clásico del mapping”, dado que eso fue lo único interesante que se vio esa tarde. Al final el equipo cuadruplicó la cantidad de seguidores en redes y aumentó la cantidad de nuevos fanáticos —aportantes— del extranjero. Luego, a modo de análisis informal en un asado con sus amigos, el vicepresidente del club dijo en broma lo que en verdad es el quid de la cuestión: “hoy por hoy, eso que juegan en la cancha termina siendo la excusa para poder tener más seguidores en las cuentas de las redes del cuadro”.

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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