Montevideo, noviembre de 2012.
Un mar de manos naranjas rodean el Palacio Legislativo. Una mujer de unos cincuenta años, de melena corta y poblada de canas, sostiene un cartel en medio de un círculo de colegas docentes de facultad: YO DECIDO. Desde la Avenida del Libertador una multitud de cánticos y colores llega, inundando la rotonda del Palacio.
La mujer del cartel reconoció a tres de las estudiantes que encabezaban la marcha y apartándose de su grupo se dirigió a recibirlas. A su derecha, una voz ya olvidada se recortó sobre la multitud, apenas lo necesario para que ella la oyera.
—¡Claudia! ¿Vos por acá? La voz mantenía el mismo filo irónico de veinte años atrás…
Giró buscando la voz sin ubicarla. Sonrió sin saber a dónde dirigir la sonrisa, No hubo gesto, o mirada que le respondiera. La invadió una soledad fría en medio del calor de la marea humana que la envolvía. Esa voz, esa voz…
Winnipeg, verano de 1992
Los ojos de Eugenia eran dos brasas bajo un velo de lágrimas. Sus manos temblorosas, luchaban con el paquete de du Maurier que no abría. Alrededor de la mesa, todas las miradas apuntaban al suelo. Nadie se animó a decir nada.
—All right then, dijo Bárbara, la jefa regional, levantándose con gesto ágil.
A los diez minutos volvió.
Eugenia bebía café y fumaba en silencio, recostada contra la baranda del deck que se abría al enorme patio de las oficinas centrales. Bárbara fue directo hacia ella
—Mañana acompañas a María José to the clinic. Y tú, tú coordinas la abortion con el doctor. Lorena suspendió su fucking viaje a Shar… Shar… Well, you know.
Eugenia asintió. Cuando Bárbara volvía sobre sus pasos, suspiró y alcanzó a decir: Thank you. La jefa regional levantó su mano sobre la cabeza en claro gesto de STOP!, pero no la miró. Tampoco dijo nada.
Dos días antes…
El miércoles, en medio del descanso para almorzar, María José, la más pequeña del grupo había abordado a Eugenia.
—Necesito hablar contigo, Euge. La tomó del brazo y comenzó a caminar alejándose del grupo. Unos pasos más adelante, se detuvo frente a ella. Sus manos colgaban pesadas a los lados del cuerpo, tenía la mirada apagada y alcanzó a susurrar.
—Estoy embarazada. Se largó a llorar.
Los ojos de Eugenia se abrieron como platos. La tomó de las manos y la atrajo.
—¡¿Qué?! ¡Chiquita! Miró hacia las mesas donde los demás gurises comían en grupos pequeños. Temió haber gritado, pero nadie parecía haberla oído.
—Vos nos dijiste en Montevideo que en cada lugar se vive de acuerdo a la ley de ese país. Y que podíamos confiar en vos y las demás líderes. ¿Verdad?
—¡Sí claro! Claro que podés confiar en mí, en nosotros.
—El aborto es legal aquí, ¿verdad? Una luz brilló por un momento en su mirada, mientras buscaba en el rostro de Eugenia un gesto de complicidad.
Ella sostuvo su mirada y respiró hondo para aliviar la puntada que le estrujaba el pecho. Con voz firme, preguntó:
—¿Estás segura del embarazo?
—Sí, me hice un test de esos hoy. Estuve… tuve relaciones con mi novio antes de venirme, y no nos cuidamos. No quiso. Casi nunca podemos estar solos. Mi madre es insoportable… siempre manda a mi hermana conmigo a todas partes. Las palabras rodaban chocando como guijarros en el fondo de un arroyo.
—No sabés lo que es… Y Juan Ignacio, viste, ya tiene veinticinco. Dice que con condón no siente nada, no entiendo mucho…
—Ay pichona… Eugenia trataba de no darle un sermón. Como pudo calló, y siguió escuchando.
—Bueno, yo también quería… Y él nunca anda con condones. Tengo que tener siempre yo. Decí que la Vale me consigue, en el dispensario. Pero esa noche no tenía, Y no lo iba a ver por medio año… Majo lloraba en los brazos de Euge, que respiró hondo antes de hablar.
— …
—¡Por favor! No puedo ser madre ahora. No quiero, ¡no! Además, si se enteran mis padres me matan. No sabés lo que es Charqueada. La manos de Majo, heladas en medio del calor de junio, se perdían en las de Euge. La miró con la complicidad de las abuelas, y sonó firme, dulce.
—Tranquila, todo va a salir bien. Nadie va a dejarte sola en esto. Hablo hoy mismo con los jefes y nos ponemos en marcha.
María José la miró desde la desesperación de sus 17 años. Eugenia sintió arderle el vientre, y como pudo contuvo la emoción. La abrazó y miró al grupo a pocos metros. Algunos jugaban con un frisbee, otros charlaban sentados contra el muro del salón de reuniones, completamente ajenos a lo que estaba sucediendo con Majo.
—Si preguntan, estás extrañando un poco. Sos la más chiquita del grupo, van a entender que estés un poco mimosa.
Se abrazaron. El cuerpo de Majo se sacudía contra ella, temblando.
—Mirame, siento las tetas enormes, duras, yo que era flaquita flaquita; dijo Majo al separarse.
—Eso solo lo notas vos, y van a ser un par de días nomás, creéme.
Para Majo, participar de aquella experiencia de intercambio había significado la apertura a un mundo enorme, ancho, pero ya no tan ajeno. Cuando la oferta llegó a la cooperativa lechera que integraba su padre, y alguien sugirió que ella –“tan responsable e inteligente sería una candidata ideal para la beca”-, sus salidas de Charqueada habían sido a Treinta y Tres a terminar el bachillerato, un par de carnavales en Melo, y los veranos en la Laguna Merín. Conoció Montevideo el mismo día que su padre la acompañó a hacerse el pasaporte y presentarse al campamento previo al intercambio.
El atraso en la menstruación, sola, lejos de todo lo conocido, transformaba la fiesta del viaje en una pesadilla donde lo peor estaba por venir. Cuando esa mañana el test comprado casi clandestinamente en la Drug Store le confirmó el embarazo, la voz de su madre repitiendo groserías –“te he dicho mil veces Majo, tenés que cuidarte vos! Cuando a los hombres se les calienta la cabeza de abajo, no piensan con la de arriba, y así pasan las macanas”– resonó como un martillo en sus sienes.
Se imaginó en La Charqueada, en la casa de sus padres, con un bebé. Oyó las voces de las compañeras del liceo, que ya la miraban torcido por irse a hacer sexto de ingeniería a Treinta y Tres. Entonces recordó el campamento inicial, en Montevideo.
—En cada fase, se vive de acuerdo a la ley de cada país, explicaba la mujer a la que presentaron como la “líder” del grupo.
—¿Y qué diferencia hay entre las leyes de ellos y las nuestras, Eugenia?
—Bueno, por ejemplo, las libretas de conducir autos te las dan a los 16, el aborto es legal, los seguros de desempleo son diferentes, cosas así…
A sus 26 años, Eugenia, profesora de inglés, recién divorciada de un matrimonio desastroso, se sentía molesta cada vez que los gurises, siguiendo la jerga del intercambio la llamaban líder. “Los liderazgos se construyen, la autoridad se gana, el poder se ejerce”, repetía a quien preguntara. Al divorciarse había abandonado la fAu, pero las ideas seguían bullendo en su cabeza, y -le gustaba creer- en sus acciones.
Cuando María José le contó de su embarazo, y su decisión de abortar, se vió a sí misma, un par de años antes, en medio de un matrimonio moribundo y buscando un médico que la ayudara de manera clandestina. Conseguir 500 dólares para pagarse un aborto más o menos seguro, sin apoyo de pareja o familia, y con amigas más interesadas en preguntar y aconsejar que en escuchar, había sido una odisea. Los embarazos, corran la suerte que corran, son unas marcas salvajes en los cuerpos. Y en las almas.
Al llegar a su casa esa noche, Eugenia se duchó, se puso su remera de entrecasa, abrió una lata de Guinness y levantó el teléfono. Cuando Claudia, la coordinadora uruguaya atendió, le preguntó si estaba sentada, y lista para recibir una bomba.
—Estaba cómodamente desparramada en el sofá, hasta que sonó el teléfono nena, respondió Claudia desperezándose. Desde el inicio del laburo dos meses atrás en Montevideo habían desarrollado una compinchería divertida. En la Cinemateca nos conocemos todos, dijeron cuando las presentaron en la primera reunión de trabajo.
—Esto va a ser una conversa larga: Majo está embarazada. Euge bebió un trago largo y esperó.
—¡Puta madre! —Claudia se puso en pie— ¿Ella está bien? Caminó hacia la cocina, sacó una botella de vino blanco de la heladera. Se sirvió una copa generosa, sosteniendo el teléfono inalámbrico entre el hombro y la oreja con la cabeza inclinada en un ángulo imposible.
Hablaron durante una larga hora y media, intercambiando experiencias íntimas y, a la vez, comunes. Un entramado de relatos en que no quedó nada sin ser dicho; desde el calvario de los abortos clandestinos, o las vidas de mujeres criando hijos sin más sostén que su propia porfía; hasta las vivencias personales con hombres para los cuales ponerse un condón era toda una complicación, cuando no directamente un insulto.
Se encontraron hermanadas en una sensibilidad macerada en años de trabajo con jóvenes, horas de cine, libros y discos de esos que no pueden faltar jamás en una vida bien vivida; además de la vivencia ajena y cercana de ser mujeres nacidas y criadas en pueblos chicos, donde una metida de pata, soltera y con menos de veinte años, podía significar una condena social tan irrevocable como una lápida. En pleno ‘92, cuando las izquierdas latinoamericanas se preguntaban si era posible un socialismo sin Unión Soviética, no tenían a disposición una palabra como sororidad. Pero ciertos lazos son previos a cualquier nombre.
Mucho más serena, y con un bostezo de agotamiento y cerveza, Euge alcanzó a decir:
—¡Abrazo! Y gracias por escuchar…
—Nada que agradecer nena. Un abrazo enorme para vos.
Un día antes…
A la mañana siguiente, Euge se encontró con su compañero canadiense. Greg era un hombre de unos cuarenta años, calvo y con una incipiente panza cervecera, cuyos rasgos más destacables eran un humor a prueba de balas, y un grado de profesionalismo increíble. No hablaba una palabra de español, pero nadie escuchaba como él.
—Veamos si entendí bien. Little Majo está embarazada, no quiere tener un bebé, y en Uruguay el aborto no es legal.
—Es un resumen perfecto.
—Y tú ya hablaste con Claudia para que esté al tanto.
—Sí, luego del mediodía me llama y vemos la operativa.
—Perfecto. Es una situación compleja, pero un procedimiento sencillo. Si ella quiere o necesita abortar, la acompañamos y punto.
El resto del día transcurrió normalmente. Antes de finalizar su jornada laboral, llamó con cualquier pretexto a la casa donde se alojaban Majo y Valerie, su “hermana” quebecoise. Hablaron unos minutos, los suficientes para saber que la joven estaba lidiando lo mejor posible con la situación, y asegurarle que en breve tendría novedades.
Eugenia vivía en una habitación arrendada en una casa enorme que compartían estudiantes y jóvenes que iban a trabajar en la temporada de verano en el campo o en los servicios a los turistas de paso al Hecla-Grindston park, en el enorme Winnipeg Lake. Arborg, era un pueblito encantador, fundado un siglo atrás por colonos Islandeses.
Luego de un baño largo, se cocinó unos macarrones con queso de los que compraba por dólar y medio como forma de ahorro, les colocó encima un par de fetas de jamón, y con dos tostadas en la mano y el plato se dirigió a su habitación.
Abrió una lata de Molson Coors, la cerveza rubia y ligera que se conseguía a mejor precio que las demás, y encendió la radio. Era 1992, y el grunge de Seattle pegaba fuerte en todo el mundo. Aquí podía escuchar desde lo último de Pearl Jam a lo más clásico del rock yankee, desde los 60 en adelante. Una ocasión maravillosa para conocer bandas como Buffalo Springfield o The Eagles, y sacarse algo del gusto tan uruguayo por el rock británico.
Se disponía a cenar cuando sonó el teléfono.
—Euge, mañana a la tarde les esperamos en la oficina en Winnipeg -la voz de Claudia sonaba perentoria y de alguna manera, lejana- Necesitamos tomar un par de decisiones prácticas. En la oficina uruguaya me dicen que de ninguna manera podemos permitir que una menor aborte sin permiso de sus padres.
Eugenia dejó el plato en la pequeña mesa, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Cómo que permiso de los padres?
—Eso que acabo de decir, necesitamos permiso de sus padres.
—Clau, estamos en Canadá. Con más de 16 años, Majo no necesita consultar a nadie más que a ella misma.
—Es una menor, Eugenia. Y uruguaya, como nosotras. Nosotras deberemos responder ante esos padres cuando volvamos.
—¿Ah sí? Mirá… Eugenia sonó sarcástica.
—¡Claro Eugenia!. No somos una isla. Los padres confían en que cuidemos a los gurises todo el tiempo aquí. No podemos hacer como que nada ocurre.
—¿Y respetar su voluntad no es cuidarla? Yo creo que es lo más sano que podemos hacer por ella. ¿Desde cuándo le preguntamos a los padres de una gurisa responsable y casi adulta qué hace o deja de hacer con su cuerpo?
Al oír su voz y su tono Euge supo que acababa de hacer una declaración de guerra. Ya olvidada de la cena, estiró el brazo hacia los du Maurier.
—Eugenia, es de orden avisar a Uruguay lo que ocurre. Majo es menor, y conviene consultar antes de tomar decisiones apresuradas. Por eso te digo que se vengan mañana y vemos cómo se resuelve.
—Es que lo único a resolver es cuándo vemos al médico. Nuestro trabajo es velar por el bienestar de Majo.
—Nuestro trabajo es proveerles de experiencias educativas. Y velar por el bienestar de todos los involucrados. Las familias de los chicos, también.
—Las familias están en sus casas, a más de 15 horas de avión; y la experiencia educativa es de Majo. Parte del asunto es aprender a desenvolverse por sí misma.
—Lo hablamos mañana, no te alteres. No se ha definido si puede o no hacerse un aborto.
—¿Definido? ¿Cómo definido? Ya lo decidió Majo cuando confió en mí para pantearme la situación y pedirme ayuda… Anoche lo tenías clarísimo. No puedo creer que ahora tengas dudas.
—Euge, es tarde, hemos trabajado todo el día, consultando mucha gente, y tratando de entender muchos puntos de vista. Hablemos mañana más tranquilas.
—¿Puntos de vista? ¿Hablar con mucha gente? Es solo hablar con un médico y combinar un día y hora, no una asamblea…
—Hablamos mañana todos, y decidimos.
—Vos no decidís nada… ¡Vos hacés mandados! Colgó con violencia el teléfono.
En la radio comenzaba a sonar un tema de Neil Young. Euge subió el volumen, terminó la cerveza, tapó el plato -ya frío- y lo guardó en la heladera, buscó en el estante de sus cassettes la copia que le habían hecho del Nevermind y la colocó en el grabador. Necesitaba sentir la ola de furia transitando por su cuerpo.
Apenas pudo escuchar media canción. Se levantó y salió a caminar. Una enérgica caminata hasta las afueras del pueblo. Desde los cables del alumbrado, los cuervos, en filas larguísimas la miraron pasar de ida y vuelta. De nuevo en la casa, se dió una ducha larga, casi hirviendo, y se fue a la cama. No logró dormirse hasta las tres y media de la mañana, cuando el cielo comenzaba a mostrar los primeros signos de claridad. El verano del norte tiene sus cosas extrañas.
A las 7:30 estaba en pie. Un café con una cucharada de cream powder, dos tostadas con manteca de maní, cereales con leche, y un durazno -importado de California- con el inconfundible gusto al gas de las cámaras de frío que todo lo invade. Estaba famélica, pero aun así, le costaba comer. La violentaba enormemente pensar en lo que quedaba aún por delante.
Media hora después, puntual como siempre, Greg arribó en el auto. Les esperaba una hora y media de carretera. Eugenia subió, y trató de no sonar demasiado enojada mientras lo ponía al tanto de las noticias de la noche anterior. Greg se veía confundido.
—Let me see if I got it right… Claudia nos apoyaba en la decisión de María Hosei, pero ahora she changed her mind.
—Yeap!
—Y decidió consultar a Uruguay ¿para…?
—I don´t know!, Se debe haber asustado. Sólo espero que no metan a la familia de Majo en el asunto. La van a enloquecer.
—Pero el aborto es legal aquí, puede hacerlo si es su voluntad. ¿Para qué consultaríamos a alguien que no sea María Hosei? Su manera de pronunciar Maria Hosei, resultaba graciosa, y eso era un alivio en ese momento, pensó Euge…
En la oficina, la conversación se tornaba rápidamente en una discusión áspera. Las posiciones eran clarísimas. Luego de consultar con Uruguay, Claudia, había cambiado la empatía inicial por una postura rígida. Eugenia no lograba reconocerla.
—No vamos a hacer nada hasta que nos autoricen desde Montevideo, Majo es una menor, y no podemos correr riesgos.
—Acá la única que corre un riesgo es una gurisa embarazada y muerta del susto, que espera por nosotras. ¡Por nosotras y nuestras decisiones! Vos y yo no vamos a terminar enterradas en un pueblito de mierda, criando gurises… Euge levantaba la voz, aunque batallaba por contenerse.
Los dos canadienses, pasaban de la empatía al desconcierto. Seguían la discusión casi como espectadores de una justa deportiva. Tenían claro que la decisión final era asunto de sus colegas uruguayas. No iban a pecar de colonialistas, aunque en el fondo no estaban muy de acuerdo con lo que veían. Cultural aproaches are always different decía Mark, el coordinador canadiense en ese momento.
—Te asustaron Claudia, ¡no puedo creer!. Me diste el ok una noche y al día siguiente estás hecha una desconocida.
—¡No te voy a permitir! Ni me asustaron, ni me presionaron. Simplemente hay que entender que las cosas nunca son blancas o negras. Hay que detenerse un momento a ver los grises.
—¡Claudia! ¡Telephone for you! Montevideo. Bárbara dijo su mensaje, miró a todos gélidamente, y volvió a la oficina con la jefa de las uruguayas.
En la mesa del patio, Greg se puso de pie: – Coffe anyone?- Nadie respondió. El aire se podía cortar con un cuchillo. Un silencio pesado, en el que las miradas se perdían yendo hacia ningún lugar, envolvía el patio bajo el sol del mediodía.
De regreso, Claudia se sentó en su silla. A su lado, Bárbara juntó las manos sobre la mesa y miró a Eugenia directamente. Si la jefa regional del país anfitrión se sumaba, era porque había una decisión tomada, y seguramente no fuera la que Majo esperaba, en Arborg, sin saber de lo que ocurría en una oficina a cien kilómetros.
—“Es una situación compleja –Bárbara hablaba en español, lo cual era clara señal de que le hablaba a las dos uruguayas– y debemos entender todos los aspectos culturales, políticos e institucionales envueltos -involved es siempre una palabra tricky-.
»María José atraviesa una situación difícil, y como establece el protocolo del intercambio, ya estaría viendo a un médico, sin dudas.
»Pero es menor de edad, viene de un small town in the deep countryside y desde Montevideo prefieren consultar con la familia, así no one would be ofended
—¿Eso es lo que mandaron decir, Claudia? -Interrumpió Euge- Me encantaría saber qué pensás vos…
—Aun no he finalizado —Bárbara detestaba las interrupciones, y más con el esfuerzo que le llevaba hablar en otra lengua—. En dos horas, Ana Laura, mi par en Uruguay como saben, —dijo mirando al equipo canadiense— saldrá rumbo a Shar…Char...
—La Charqueada, apoyó Claudia
—That´s it. Sharcaeda. Hablará con los padres. Si los padres están de acuerdo, ella tendrá su abortion aquí, y si no deberá volver a su hogar.
—¡¿Qué?!! Euge no pudo evitar el grito.
—Euge, es lo único que podemos hacer…
—¡No me jodas con “lo que se puede hacer”! ¿Vas a mandar de vuelta a una gurisa porque el novio es un tipo al que no se le pasa por la cabeza ponerse un condón? Sos increíble.
—Sabemos que es una situación muy incómoda, —decía Bárbara, casi como un mantra—.
—Si Majo se va, yo me vuelvo con ella. Euge las miró desafiante
—Eso sería perfect! —Bárbara recogió el guante—. Ella confía plenamente en ti y es un gesto precioso que la puedas acompañar. Hay que gestionar una nueva visa para que vuelvas a ingresar, pero se ha hecho en otras ocasiones, con otros países.
—Yo no vuelvo, si Majo se va yo ME VOY con ella. Nadie dijo que vaya a volver. Eugenia se sorprendió de la calma con la que acababa de hablar.
—Oh, no puedes decirlo seriamente, El grupo se quedaría sin uno de sus líderes y tú sabes lo importante que es para los jóvenes tener alguien cercano y capaz como tú.
—No sirve de nada alguien confiable y cercano que no puede defenderlos cuando es necesario.
—Euge, no digas disparates. Si te enojás así, no pensás claramente. Claudia caminaba de un lado a otro del deck, conteniendo la furia.
—¡Digo lo que se me canta!. Y vos caminá con cuidado que te vas a pisar la sotana!.
»Si Majo se va, yo vuelvo con ella. Ustedes serán los que le expliquen a los gurises que se quedan solos, y a los padres de los gurises, que sus nenes quedan solitos aquí en el lejano norte.
Bárbara suspiró, y miró a Eugenia directo a los ojos.
—Listen, entiendo que es sumamente difícil tu posición, pero tienes que ver la larger picture. Aquí hay instituciones envueltas —damn it, again!— y las instituciones siempre tienen razones de largo plazo. No puedo arriesgar un conflicto institucional por un solo caso. Uno solo en ocho años! You’ve got to understand!
—Vos hablás de instituciones. Yo estoy hablando de una gurisa de 17 años… El manazo sonó como un disparo sobre la mesa del deck, las lágrimas brotaban hirviendo de los ojos de Euge.
»Metete las instituciones en el orto, gringa querida, yo estoy hablando de un ser humano. Me voy y punto.
Bárbara se levantó, roja de ira. Eugenia era una fiera herida en su posición, y no iba a ceder un ápice. Respiró hondo y caminó hacia la oficina, resuelta.
Claudia murmuró algo y siguió a Bárbara hacia el interior del edificio. En las ventanas del primer piso, los del staff permanente asomaban las cabezas curiosos.
El deck era un hormiguero donde Euge, Greg y Mark caminaban buscándose con las miradas, sin animarse a decir nada.
Greg se acercó a Euge.
—No entendí una palabra, pero oh my god, you are so passionate!
Euge le explicó brevemente el sentido del último diálogo.
—No es un bluff, realmente te volverías…
—Por supuesto
—Ah, ¡Fuck!
Quince minutos después, Bárbara y Claudia regresaron al deck. Las miradas de ambas eran lapidarias. La expectación en todos era dolorosa. Greg no habla español y Mark entiende a duras penas. Ambos habían captado el calor de la discusión pero todo lo demás les resultaba confuso. Euge habría matado por una cerveza fría, o un buen mate. Mark abrió un nuevo paquete de du Maurier y ofreció a todos
Bárbara encendió uno -el primero en cinco años, dijo, tosiendo-
—Ok everybody. Hablamos con Ana Laura again. Su viaje a…
—La Charqueada
—Eso, su viaje a casa de María José se suspendió. Todos entendemos que no podemos dejar al grupo sin su único líder bilingüe. Ni dejar a los uruguayans alone and faraway.
»De alguna manera, Eugenia, has logrado colocarte en una situación de poder frente al tema que nos convoca. Así que te escuchamos. Mejor contigo que sin ti.
»Mañana, vendrán con María José a Winnipeg. Haremos un appoinment con el médico antes de que se vuelvan a Arborg.
»Sin embargo, quiero dejar en claro mi profundo malestar con tu actitud. Has puesto en peligro no solo aspectos institucionales, sino también la relación de trabajo con tu equipo y en particular con tu jefa directa. Espero puedan solucionarlo, porque esto recién inicia.
—¿Majo se queda?
—Sí
—¿Y nadie va a hablar con su familia?
—Nadie, acabo de decirlo
—Great!
Bárbara miró a todos, sus ojos eran dos témpanos. Una voz la llamó desde el interior del edificio. Bárbara bajó apenas la vista, y se incorporó con gesto ágil.
—All right then, dijo, a nadie en particular
A su espalda, la voz de Eugenia sonó quebrada.
—Thank you…