Desobediencias

D

De Alejandro Barrios

— Levántense y salgamos rápido de acá, nos están siguiendo —susurró María mientras tomaba mi mano.

Sin comprender lo que pasaba nos pusimos de pie y dejamos un billete de $500 sobre la mesa cuando, en realidad, habíamos gastado menos de $200 en tres tazas de café negro. No había tiempo para preguntas. 

Nuestros perseguidores esperaban enfrente a que el semáforo detuviera el tránsito por un instante. No nos quitaban los ojos de encima y podíamos ver que hablaban entre ellos.

Con el dedo índice y una rápida mirada al mozo, dejé ver que la cuenta estaba paga y el cambio era suyo. Salimos del viejo bar de San José y Río Negro encabezados por Julián, el más mesurado de los tres.

— ¡Vamos ya! — gritó Julián, mirando por encima de su hombro.

— Tenemos que separarnos — sentenció María.

Julián y yo asentimos con un leve movimiento de cabeza. La adrenalina tomó el control de nuestros cuerpos.

— ¡Taxi! — grité ansioso.

Nuestro protocolo priorizaba a María. Sabíamos que nosotros éramos prescindibles, ya que ella era el contacto directo con las más altas esferas de nuestra organización.  La vimos subir al taxi y, rápidamente, comenzó su actuación. Según el plan, debía simular que era víctima de acoso: en los tiempos que corren, es la mejor forma que tiene una mujer para que la saquen rápido de cualquier lugar. 

Tal como pretendíamos, nuestros perseguidores se dividieron: uno comenzó a correr el taxi, mientras veía cómo el coche que trasladaba a María desaparecía en el tránsito montevideano. Los otros tres no nos perdían de vista. El tiempo que habíamos compartido con mi compañero de acción nos permitió entendernos sin palabras. Apresuramos nuestros pasos buscando un lugar donde poder desaparecer a sus ojos.

Al doblar en la esquina de Ejido vimos un viejo edificio que tiempo atrás era un hospital. Entramos, sin dudarlo, pensando que sería un buen sitio para escondernos:  hoy funcionaba un cibercafé donde los jóvenes se reunían para jugar en red. Se encontraba abierto las 24 horas, olía a encierro y sudor adolescente; en las noches húmedas el aire espeso y el suelo jabonoso lo transformaban en un sauna repleto de pestilentes vapores humanos. 

La estructura del ciber era exactamente la misma que cuando funcionaba como hospital.
Por algún motivo, económico o edilicio, los dueños no habían invertido en tirar paredes abajo, quitar puertas ni unificar ambientes; sino que habían aprovechado las viejas salas de espera como punto de reunión para los jugadores ocasionales, y tenían reservadas para los clientes asiduos las más alejadas de la mirada de los demás. Eso era justamente lo que necesitábamos. Entre los espacios más codiciados estaban los de internación, cuidados intensivos y quirófanos.

Lo que no podíamos prever era que todo estaba intervenido: la sala de espera estaba llena de personas con el mismo corte de pelo, mirando sus pantallas, pero atentas a nuestros movimientos rumbo a los quirófanos.

—Acá hay algo que no me gusta, Mono. ¿Por qué no salimos por el fondo? — me dijo Julián con un tono de preocupación que jamás había escuchado en él. 

—Sigamos el plan y que no se note que estamos cagados hasta las patas.

Luego de caminar por distintas habitaciones, simulando que buscábamos dos computadoras libres, una junto a la otra para tener la mejor coartada que nos permitiera atravesar el edificio, sentimos que alguien nos gritaba. 

—¡Hey! ¡Ustedes dos! ¡Vengan por acá!

Julián tomó mi brazo y comenzó a jalarme hacia el lado del cual provenía la voz. Yo hubiera preferido alejarme.

—Quedamos regalados, Mono, no te vayas o nos descubren. — susurró Julián mientras mi brazo se relajaba cediendo a su pedido. 

—¡Por acá, muchachos! Les conseguí lo que estaban buscando. — dijo la voz del encargado del local. 

Caminamos lentamente y nos ubicamos en las máquinas que nos indicó, una junto a la otra. Debíamos intentar contactar a María, pero este no parecía ser el mejor lugar para hacerlo. Al poner el celular sobre el escritorio vi una notificación que decía: “Encuentro en A 1509”. ¿Qué podía ser ese mensaje? Acerqué el teléfono a mi compañero que observó la pantalla y me miró con extrañeza, ninguno de los dos sabía lo que significaba y no estaba en nuestro protocolo. Suponíamos que el mensaje había sido enviado por María, pero no teníamos forma de comprobarlo; también podía ser una trampa que nos haría fracasar en nuestra fuga. 

Mientras tanto, buscaba en la web el significado de ese código. Aún no podía creer la situación en la que nos encontrábamos y no podía dejar de observar la particularidad de que todas las personas en el ciber tuviesen el mismo corte de pelo. A cada instante tenía la sensación de estar dentro de La Matrix. Cuántas veces he sentido que vivo en un lugar donde las personas se esfuerzan por encajar y esa tarea los obliga a mimetizarse, los hace perder su propia identidad. Es cierto que estamos en un tiempo de multiculturalidad y masificación, que la hiperconectividad acelera las modas y la gente llegará a utilizar la ropa del verano europeo en estas latitudes con noches de temperaturas bajo cero, solo por verse bien. Pero esto parecía demasiado, esto era algo más, tenía la sensación de estar soñando, alucinando o en una gran trampa. Aunque la última de las posibilidades fuera la más cercana a la realidad. 

— Mono, acá encontré algo. Es María.

—¿Dónde está? Decime que tenés una dirección. 

Al instante de haber realizado la pregunta, nuestros monitores se apagaron y todas las miradas se dirigieron a nosotros. Mis ojos giraron hacia el mostrador del encargado viendo cómo este les daba indicaciones a dos hombres que miraban justo hacia nuestras sillas. 

—Rajemos. Nos encontraron. — susurré al oído de mi compañero de fuga.  

Rápidamente, nos levantamos y caminamos hacia el fondo. Allí se encontraban las salas reservadas para los grupos que jugaban en red. Mientras avanzaba, no podía creer el estado ruinoso de las instalaciones. Podía ver sin mayor dificultad los caños de agua, los codos de las cañerías en las esquinas que unen paredes y techo. El olor a humedad era insoportable, las salas del fondo tenían menos circulación de aire que las de la entrada y el aroma nauseabundo empezaba a descomponer mi estómago. 

—Están cada vez más cerca. Hay que perderlos. — dijo Julián buscando dominar la situación, pero con la voz visiblemente quebrada. 

Doblamos a la izquierda en una habitación y rápidamente encontramos una puerta abierta. Al entrar no logramos ver nada. Mi piel se estremeció ante el significativo cambio de temperatura. Una mano golpeó mi pecho. En el mismo momento, un escalofrío corrió por mi espalda. 

—¿Qué hacen acá? — dijo una voz desde las penumbras de la habitación. 

—¿Quién sos? ¡Mostrá la cara! — gritó Julián. 

Un fuerte golpe en el estómago quitó todo el aire de mi cuerpo, dejándome encogido sobre mí mismo. Acá se termina, pensé. Luego de tanto tiempo trabajando en las sombras, de forma hermética, con compañeros que no nos habían traicionado nunca, experimentaba la sensación de que nuestra organización estaba corrompida, o al menos, tenía algún tipo de filtración. En mi mente comenzaron a circular cientos de rostros, personas que había encontrado en la calle, comerciantes, colegas, familiares en desacuerdo y hasta mis propios amigos. En cada uno de ellos encontraba un posible traidor, pero en cada uno de ellos, también tenía plena confianza. ¿Cómo podía ser que alguien intuyera nuestros pasos y estuviera allí esperando para golpearme?  Sentí un rápido movimiento a mi lado. Por el lugar del que provenía, supe que era Julián abalanzándose sobre la figura desconocida. Un nuevo golpe llegó a destino y la voz de mi compañero fue la que ahora retumbó en la habitación, dejando en evidencia que también había perdido el aire. Al comprender el enorme riesgo en que nos encontrábamos, perseguidos por una silueta que se erguía frente a nosotros, me moví hacia la izquierda buscando desorientar al agresor y evitar el cuerpo magullado de mi compañero. Por un breve instante supe que nuestro rival había retrocedido, la puerta entornada dejaba entrar un poco de luz y eso fue suficiente para revelar su identidad.

Abrí la puerta de par en par, consciente del enorme riesgo de que nuestros perseguidores encontraran el escondite compartido, ya que el movimiento brusco llamaría la atención de cualquiera. El rostro que se reveló ante mis ojos era más que familiar. Julián se recuperaba del golpe y también se sorprendió al reconocer a nuestro agresor. 

—¡Gonzalo! ¿Qué hacés acá? — interrogué acercando mi boca a su oído mientras lo tomaba por el buzo.

—No me llames así, me dejas regalado. Ya sabes que soy el Oso. — respondió. 

Después de tanto tiempo se habían vuelto a juntar el Oso, el Búho y el Mono. Unos sobrenombres que habían surgido sin querer, pero que habían perdurado lo suficiente hasta convertirse en nuestras propias identidades. 

La situación se volvía por demás extraña, el tiempo nos jugaba en contra y tan solo nos quedaba huir del antiguo hospital.

—Ahora sí que se pone bravo para que no nos vean, mirá el tamaño que tenés, Oso — comentó Búho desde el rincón, mientras terminaba de incorporarse. 

—Es la ventaja de no vivir a lechuguita. Decime que te dejaste de joder con eso de ser vegetariano, Búho. Si nos salvamos de esta, hacemos un buen asado en casa, yo invito. — respondió Oso, con su típica ironía.

—Muchachos, perdón por arruinar el momento. ¿Qué les parece, si buscamos la forma de salir de acá? —  comenté.   

—Tiene razón, hay que salir de acá— dijo Julián, el Búho, y se acercó a la puerta para reconocer el pasillo. 

Los sonidos en el exterior habían disminuido. Seguramente, los perseguidores ya no tendrían una clara referencia sobre nuestro escondite. Ahora que todo parecía en calma, debíamos encontrar el camino a la salida más cercana. 

—Vamos, está despejado. — ordenó Julián.

Avanzamos sigilosamente por el pasillo del antiguo hospital, apenas si se escuchaba el zumbido de los tubos de luz. 

—¿Tenés idea de qué significa “A 1509” — pregunté a Gonzalo.

—Sí, es un número de puerta. ¿De dónde lo sacaste? — me interrogó.

—Recibí un mensaje de texto con esa codificación. — respondí. ¿Qué significa la A

—Esa debe ser una calle en clave, pero es una clave muy básica. Debe significar algo para vos.

—¡Shhh! Bajen la voz un momento. Alguien se acerca. — interrumpió Julián. 

Las luces se apagaron repentinamente y comenzamos a correr sin mirar atrás. Los pasos resonaban por todo el pasillo.  Al girar en una de las esquinas a la izquierda, la dinámica fue otra. Llegamos a un ala del viejo hospital en la que se encontraban personas internadas. De pronto, el escenario del ciber café se vio alterado, la persecución pareció cesar ante nuestra estupefacción: una luz de tubo muy blanca iluminaba varias mesas en una sala, allí había personas de distinta edad dibujando y rayando hojas sueltas con lápices de colores. Por su comportamiento parecían enfermos psiquiátricos.

—Menos mal que se decidieron a volver, ya no podemos seguir con estas huidas suyas. — nos dijo un señor de un metro ochenta de estatura, calvo y delgado, aunque con un abdomen prominente. 

—¿Quién es usted? ¿Por qué nos busca? — alcancé a decir mientras todo a mi alrededor comenzaba a dar vueltas y sentía que mi cuerpo perdía sus fuerzas. 

Al instante vi cómo varios hombres vestidos de enfermeros se llevaban a Julián y a Gonzalo. 

—¡Búho, Oso, levántense, no se vayan! ¡Búho, Oso!— grité con mi último aliento, antes de caer desmayado.

Al abrir los ojos noté que estaba en una camilla, mirando el techo, la boca reseca y el cuerpo aún adormecido. Lentamente, moví los dedos de las manos, luego los dedos de los pies. Comencé a inclinar mi cuerpo hacia adelante y un fuerte dolor se manifestó en mi cabeza, sin dudas, había sufrido algún tipo de golpe. Resistí el mareo y pude sobreponerme. En mi mano izquierda tenía una vía conectada a un suero y una cinta con mi nombre. Definitivamente, había quedado fichado. Me levanté, caminé por toda la sala, llegué a la puerta y al mover el pestillo descubrí que estaba abierta. Salí al pasillo, anduve por allí durante largos minutos. Las ventanas están cerradas pero puedo ver que es casi el atardecer y la tormenta está sobre nosotros. Paso por la sala que vi antes de desmayarme pero no puedo reconocer a nadie. Unos pasos después giro al pasillo que va a la derecha, continúo, sigo avanzando y llego a la misma sala de estar en la que me desmayé. La confusión se vuelve cada vez más grande. 

Camino por todo el hospital y, aunque cambio el recorrido, siempre llego a la misma habitación y recorro el mismo pasillo donde me cruzo a las mismas personas una y otra vez. Hay una mujer gorda con bolsos en el piso, un muchacho que camina en calzoncillos bóxer azules y se ríe cada vez que ve a alguien, pero en ningún momento pronuncia una sola palabra. 

—La policía de la moralidad y las buenas costumbres nos persigue. Todos ellos son espías. — susurró alguien con el nombre “Julián” en la pulsera de su mano.

—No te conectes a tu mail, ni a ninguna red social, mirá que nos detectan enseguida, estamos marcados. — respondió desde la puerta entornada de una habitación un hombre grande como un oso, con el nombre “Gonzalo” en su identificador.

Traté de acercarme a ellos, pero uno cerró la puerta y el otro se alejó a toda prisa. Una chica con ojos brillantes me miraba desde la esquina de la habitación, justo en el lugar desde el cual se podía ver la enfermería como si fuera una pecera. Caminé lentamente hacia ella, intenté hacerlo con discreción, pero al acercarme me miró fijamente y dijo:

—Bienvenido, Mono. Te estábamos esperando.

—¿Podrías explicarme qué es esto y dónde estoy? — dije con mucha curiosidad y preocupación. 

—Claro que sí, estamos esperando a un amigo. Se llama Julián y pronto se sumará a nosotros. Esto no es lo que parece. Podemos aprovechar a pedir algo para tomar. 

—Mozo, tres cafés, por favor.— pidió la chica de ojos brillosos. 

Al mover su mano para llamar la atención del mozo pude ver que su identificador decía: “María”. 

—No sé qué pasa acá, pero no me gusta cómo nos miran esos tipos. — le comenté a María señalando la pecera. 

—Tranquilo, ya llega Julián y te ponemos al día. — explicó — ¡Mirá! Ahí viene.

—Buenas tardes. Disculpen el retraso. Llegó un mensaje de última hora y tuve que responderlo. Parece que el Oso no está en el lugar que debería. — comentó Julián para presentarse y excusarse a la vez. 

—No puedo creer que empecemos tan complicados. Oso debería esperarnos en el 1509, pasaje A. Esto no está bien, esto no está bien. — comenzó a repetir María. 

El mozo se acercó con la bandeja y las tres tazas de café, dejó el ticket en el pincho y nos lanzó una mirada sospechosa, cualquiera habría dudado de dos hombres que están en una mesa con una chica repitiendo casi sin parar “esto no está bien, esto no está bien, esto no está bien.”

—¿Me pueden contar cuál es la idea, cuál es el plan? — interrogué. 

—Luchamos incansablemente por la libertad, no importa el precio, no importa lo que nos pase, una y otra vez vamos a dar batalla. — dijo María, quien parecía ser la más instruida. 

—¿Y cuál es mi rol? — pregunté. 

—Mono, siempre lo mismo. Está todo listo. No te hagas el distraído, tenemos que estar concentrados. 

—Está bien, creo que descansé mal. Repasemos el plan. — respondí para dar tranquilidad a mis compañeros de mesa.

— Levántense y salgamos rápido de acá, nos están siguiendo — susurró María mientras tomaba mi mano.

Sin comprender lo que pasaba nos pusimos de pie y dejamos un billete de $500 sobre la mesa cuando, en realidad, habíamos gastado menos de $200 en tres tazas de café negro. No había tiempo para preguntas. 

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