Por Laura Marrero
Ella volvió a recordar la frase dicha por él: “me gusta ser discreto y reservado” y repasó la ajenidad de la siguiente pregunta que en realidad era la que un poco la había perturbado: “Estamos de acuerdo, ¿no?”. Mientras caminaba sobre el cúmulo de hojas secas le volvía la frase… ¿Estamos de acuerdo no? ¿Con ser discretos y reservados?, se preguntaba ella. Le incomodaba esa conjugación en plural, en esa primera persona del plural, no se sentía en un “nosotros”.
No, pensaba mientras pateaba una piedra pequeña y la seguía hasta verla caer en la boca de tormenta. No estamos de acuerdo. Nada de eso le resonaba, no consideraba que esos atributos le fueran familiares, no eran parte de sí y ese “nosotros” definitivamente le era ajeno. Ella que andaba por el mundo comunicándose, contando de sí, gustando de saber de otras experiencias, de otras vivencias, de otros habitares. Ella que disfrutaba de los encuentros casuales, y de los otros, compartiendo espacios- tiempos entre seres donde la liviandad convive como contracara de la intensidad de la vida y se vive.
Sin embargo, esa frase por alguna razón había logrado perturbarla un poco. Recorrió sus lugares de reserva mientras caminaba, y en cada paso buscaba dónde estaban aquellos de la discreción. Le trajo recuerdos de otra vida, la pasada. No encontraba ahora el lugar de reserva. ¿Reservar para quién? ¿Para qué? ¿Para la temporada próxima? Quizás para la época de carestía donde falten las relaciones, los diálogos, la oxitocina. ¿Discreción de qué? De un cruce de miradas, un silencio compartido, de unas frases en cascada.
Al llegar a la esquina, el semáforo en rojo indicó parar. Aunque quería seguir pisando hojas en esa deriva se detuvo, y entendió que frenar en rojo y esperar la próxima piedra para embocarla justo en el filo del cordón le resultaba más difícil que haber terminado aquel diálogo algo viscoso. Sin embargo, frenó y aprovechó la pausa para respirar hondo limpiando y exhalando turbiedades. Confirmó que algunas mochilas con discreción y reserva pueden pesar más que las piedras. Un airecito fresco de otoño le acarició la cara y el alma y aún con algún resabio de inquietud decidió que escribiría esta pequeña historia.
Luz verde.
Siguió a tranco parejo intentando retomar la deriva, pateó hojas y justo antes de terminar de cruzar la calle tomó el celular, movió el pulgar movilizando la ruleta de información en una suerte de juego noticioso cuando finalmente la bola se detuvo en “200 denuncias de acoso y violencia sexual fueron archivadas”. Sin reserva ni discreción aún campean ciertas normas, pensó.
El aire entraba frío ahora llegando al pecho y la espalda en esa tarde de mayo, llevándose como una hojita fugaz en el viento la apenas esbozada sensación de liviandad de minutos antes. Respiró hondo, cerró hasta arriba la campera, apuró el paso y apretó las manos con fuerza en los bolsillos cuando palpó el Pensamiento, esa pequeña florcita violeta que había encontrado sobre un muro, y a la que decidió guardar casi instintivamente, y esbozó una sonrisa de calma. Atrás quedaron las derivas, las hojas secas, la piedra en el filo del cordón mientras confirmaba que para algunas personas la reserva y discreción es aún el espacio de protección donde habitan los miedos de otras, pero que pueden desvanecerse al tocar un Pensamiento violeta.
Hermoso relato!! Gracias Laura del Oeste
Los vericuetos de discreción y reserva que tanto duelen. Muy lindo relato, breve, cala hondo y tienta a adivinar tantas situaciones análogas posibles. Sostener los pensamientos y levantar la mirada para encontrarnos (y patear piedritas).
Hago mías tus palabras Ceci , hermosa descripción , de un hondo relato