Tres minutos mágicos

T

La tarde es un bochorno de calor en Cardona, pueblo sin río ni arroyo cercano. Ni siquiera un tajamar que justifique la existencia de un club de pesca como el de Isla Cabello, allá por Tomás Gomensoro en ese norte de que de tan nuestro lo sentimos lejos, muy lejos de aquí.

En medio del sopor, sentado en la playera, a la sombra del parral, Alcides, mate en mano mira en su celular el partido que Alemania de momento le gana a Costa Rica. 

Es un mundial extraño este que vivimos, con partidos extraños y resultados que evaden toda la lógica del uruguayo promedio que de política prefiere ni hablar, pero de fóbal las sabe lungas.

Cada tanto, la pantalla de su redmi 9 comprado en chiquicientas cuotas se fragmenta en dos y Alcides, de short de nylon negro con vivos celestes, camisilla de algodon que una vez fue blanca y a la que ya no hay ni jabón ni fregado que le quite lo ardido por años de sudor veraniego, sigue las alternativas del previsible triunfo de España sobre el entusiasta combinado japonés, que no hace una semana supo humillar a la mismísima Alemania ganándole de atrás por dos a uno.

Alcides piensa que ver los mundiales sin sus hermanos Jacinto y Alberto no es lo mismo. Falta la mirada cómplice, el “tuya y mía” del comentario cortito y al pie. Pero, aun estando solo en su casa frente a la vía del tren vacía y triste como los restos de un naufragio, un mundial es un mundial, y si se puede ver todo, se ve. “Pa algo uno se jubiló”, se dice entre mate y mate.

Alcides, Jacinto, Alberto, los hermanos nacidos en el 50 fueron siempre laburantes, siempre unidos, y por sobre todas las cosas, hinchas del cuadro más débil. Como corresponde a la conciencia de los laburantes, solía decir su padre, el viejo José Leandro, un alambrador de los que ya no da el tiempo.

El calor es agobiante, los Alemanes van y van, un poco a media máquina, confiados en el triunfo de los godos en el partido que se juega en simultáneo en un estado a pocos kilómetros de allí. Sin embargo, de la nada, o de la paciencia oriental brota un gol inesperado, y Japón se pone en igualdad de condiciones con la madre patria, que tan madre tampoco es como cualquier migrante lo sabe. 

Minutos después un japonés velocísimo y porfiado se viste de Cubilla, corre una pelota imposible y logra meter un centro viciado de nulidad para el ojo de cualquier jugador de campito, y un delantero veloz como el hambre anota el dos a uno con el que la sorpresa vuelve a vestirse de oriental que humilla al orgulloso europeo que se permite ser displicente dentro de una cancha de fóbal.

Alcides no puede evitarlo y grita el gol que de momento deja a los Alemanes fuera. Y sin salir de la sorpresa grita el gol de los ticos que ahora, como quien no quiere la cosa, empata el partido, y -oh, dioses del fulbo– convierten un segundo gol a los desnorteados teutones, dejando de un plumazo justiciero eliminados no solo a sus rivales de la tarde, sino a los españoles.

Alcides se levanta, celular en mano, y se dirige a la heladera. Japón y Costa Rica dejando fuera a Alemania y España son un espectáculo que requiere y justifica dejar el mate y pasar a algo más fuerte. Vuelve a la reposera, con una lata de cerveza Quilmes helada, que baja suave y deliciosa por su garganta. Arma un tabaco y lo saborea con fruición. Sus hermanos deberían ver esto, siente más que piensa.

Luego, como siempre, fríos, empujando casi maquinalmente, los alemanes primero empatan y luego continúan anotando goles de esos que solo acumulan en la cuenta de otro. Como proletarios aplicados trabajan para engordar la ganancia del patrón español. Ellos no verán nada de lo que generen. Apenas el triste consuelo repetido hasta el cansancio de la dignidad del trabajo y el deber cumplido.

Cuando el juez da por finalizado el partido, Alcides putea en voz baja saboreando la bronca, y sin poder evitarlo se sonríe mientras recuerda las palabras de su padre cada vez que Uruguay había estado a punto de ganar uno de esos partidos que pintan para hazaña y se quedan en anécdota más agria que dulce “ja, pero tremendo julepe se llevaron”.

Se pone en pie y va hacia la manguera. Mientras el agua lo empapa y lo refresca, anota mentalmente comprarse un par de fundas para dejar en reserva para dentro de dos días, porque a estos muchachos de Ghana, los pasamos sin problema, y los coreanos son bien livianitos, con Portugal no van a poder.

Más de...

Edh Rodríguez

Nació en Mercedes en 1972. Escuchador compulsivo de rock, pop, blues, jazz y otras yerbas. No le incomoda ver cien veces la misma película, ni leer de nuevo los mismos libros de siempre. Sigue sin saber bailar tango.

Añadir comentario

Lo nuevo

Mantené el contacto

Sin vos, la maquina no tiene sentido. Formá parte de nuestra comunidad sumándote en los siguientes canales.