El homenaje

E

Julio era el hombre que se estaba por jubilar. Su nombre completo era Julio Federico Correa Castillo y le decíamos “El viejo”. Trabajaba en nuestra oficina como contador responsable de las finanzas de la sucursal. Vivía relativamente cerca y todos los días venía caminando con su andar cansino. Era un hombre corpulento y a medida que pasaban los años, aumentaban su barba, su barriga y sus ganas de retirarse. No era retraído, pero tampoco era el alma de la fiesta. Y a pesar de que lo invitábamos a unas cuantas, él se excusaba de asistir con alguna justificación infantil o infame. Pero ese día no tenía escapatoria: sería su propia despedida.

El tipo no tenía muchas ganas de estar ahí y si bien no boicoteó los festejos, algo lo ponía incómodo. Ojo, no se apartó ni se quejó. Todo lo contrario. Hasta hubo momentos en que creíamos que estaba contento. Hablaba con todos, reía y siempre tenía un elogio, en especial para los más jóvenes o los que recién ingresaron. Pero lo cierto, gente como el viejo es muy difícil de saber qué les está pasando por su cabeza y nunca sabés en qué momento te las va a hacer ver a cuadritos. De hecho, hasta teníamos a un grupito de personas preparadas, por si acaso.

La cuestión es que el homenaje estaba saliendo perfecto. Incluso hasta se hizo presente el mismísimo Carlos Troti, el director general, que venía a darle una medalla al reconocimiento por los años de servicio. Nos llamó la atención que uno de los capos de la empresa, estuviera en nuestra sucursal para saludar a un simple oficinista que se jubilaba. Pero luego caímos en la cuenta de que se iba uno de los pocos sobrevivientes de la “vieja guardia”.

Julio estuvo en el nacimiento y la expansión de la empresa. Luego, con la crisis de inicios del 2000, sobrevivió a la potencial quiebra. Fue de los que pudo amoldarse al cambio de rubro y acompañó el resurgir de la compañía tras la fusión con la empresa internacional alemana. Con la llegada de la internet tuvo que acomodar el cuerpo nuevamente, esta vez ya más veterano, lo que ya es flor de mérito. Hasta que ya en la cúspide de su carrera, pudo vivir la última década como el contador responsable de la sucursal, lo que le daba un buen sueldo. Aunque lo que él decía valorar más era la tranquilidad.

Él siempre se sentaba a contarnos sus anécdotas como un veterano de mil batallas. Nos largaba un nombre o un apodo, casi siempre iba pegado a una risa, y por lo general, acompañada de un epíteto. La mayoría ya no estaba en la empresa, por el retiro de la edad, porque conseguían trabajos mejores o porque los habían echado. Algunos pocos aún estaban en actividad. A los que apreciaba les decía “ficha”, “máquina”, “titán” o cosas por el estilo. En cambio, si los odiaba eran “el comeseco”, “la gorda infame”, “el petizo imbécil” o “la milica frustrada” y un sinfín de motes por el estilo. Entonces, de acuerdo a la descripción inicial ya sabíamos si venía una historia salpicada con el veneno del rencor o con la miel del cariño.

Y todos en la oficina disfrutábamos de los cuentos de Julio. Mitad porque nos enterábamos de cuestiones del pasado de la empresa; mitad porque nos acortaba la jornada laboral. Y hay que decirlo todo: el viejo tenía un excelente timing para los relatos. Podíamos caer en sus trucos una y otra vez, porque era una maravilla narrando las distintas situaciones. Y también sabía trasladar sus emociones a los demás. En la política habría hecho una peligrosa carrera. Pero, como ya se dijo, su única meta era el sosiego que brinda una vida bien organizada y sin deberle nada a nadie. De hecho, nos contó que ese fue el motivo de su traslado de la sede central a nuestra sucursal.

Lo cierto es que, volviendo al día del festejo, todo estaba de película. El homenajeado contento junto a su esposa, Elvira. Los invitados comiendo y las charlas bien animadas. Incluso invitaron a una cantante bastante bien afinada para que hiciera un repertorio con temas que a Julio le gustaban mucho. Supo agradecer el presente con una galantería propia de los que tienen la jerarquía de ser el centro de las miradas y estár a la altura de poder manejarlo con cautela.

Fue entonces cuando, en lo que pintaba ser un cierre por todo lo alto de los agasajos a Julio, comenzaron las rondas de salutaciones. El primero en hablar fue el “Tito” Portillo, jefe de compras de la sucursal. Si bien eran casi generacionales, a Tito todavía le faltaban algunos años para jubilarse. Ambos eran muy amigos y siempre se los veía juntos. Las palabras de Tito nos tocaron a todos. Pero también hubo espacio para chistes sobre su condición de obesidad y cuadro de fútbol.

Luego fue el turno de Aldana Wallas. Una de las más recientes incorporaciones al equipo de ventas de la sucursal. Una vendedora nata, que tenía una oratoria fluida y una voz profunda. Julio decía que era “la mina con la voz más cachonda” de toda la empresa. Era obvio que la mandaron al frente porque le conocían los gustos al viejo. Pero a pesar de haberla puesto de relleno, sus palabras también fueron muy emotivas. A tal punto que vimos algunas lágrimas caer por las mejillas regordetas de Julio, para ocultarse en el bosque de la barba.

Y por último, un muy formal Carlos Troti se dirigió a todos, con un estudiado discurso que hablaba maravillas de Julio Correa. Destacó que se retiraba un hombre que representaba la historia misma de la compañía. Hizo especial hincapié en su calidad técnica, resaltó sus virtudes humanas y de paso, habló sobre los postulados de la empresa. Luego, llamó a Julio para hacerle entrega de una medalla de oro. El viejo se paró, con su andar cansino se arrimó y saludó a sus compañeros. Le dio la mano a director general, recibió la medalla y se fue a sentar nuevamente con la mirada un poco perdida.

Pero en el transcurso de su viaje hacia la silla vacía, le empezamos a pedir que dijera algunas palabras. Julio, miró a Elvira y ella le devolvió una mirada incomprensible para nosotros. Obviamente ellos tenían un código propio. Pero nosotros estábamos meta gritar y aplaudir para que hablara y en ese momento no nos importaba nada. Fue entonces que él se dio media vuelta. Volvió al centro del improvisado escenario con la mirada en el suelo, el amanecer de una sonrisa y los pasos más lentos que se le hayan visto jamás. Hoy estoy seguro de que disfrutaba lo que vendría.

El viejo llegó al lugar donde le entregaron la medalla y se quedó solo frente a todos. Se enderezó y mientras hablaba se concentró en los ojos de todos. Sus primeras palabras fueron para sus compañeros más cercanos. A ellos les agradeció la paciencia y el trabajo en equipo. Luego, habló para el resto de la sucursal. Recalcó todos los años de trabajo juntos y que retribuía de todo corazón los años compartidos. Y dejó para el final a Carlos Troti, el director general.

Y ahí, su expresión de cariño se borró de golpe. Julio caminó lento y se paró frente a Troti, en silencio. Le pidió que por favor se parara y este lo hizo. El viejo lo abrazó fuerte. Tanto que le arrugó el saco. Lo palmeaba y lo sacudía, pero sin hablar. El abrazo puso al directivo en una situación embarazosa. Julio, veterano y todo, era mucho más robusto que Troti. Y cuando dejó de sacudirlo, le dijo:

—¡Qué bueno tenerte acá, Carlitos! ¿Te acordás de la prehistoria de este trabajo, Carlitos? — Todos rieron menos Troti. —¿Cómo era que te decíamos en la oficina cuando entraste? No me acuerdo… Creo que era “El Reque”, no?

La risa de Julio fue potente. En la cara de Troti había una mueca de asco. Pero el viejo no lo soltaba y lo seguía sacudiendo, aferrado al saco.

—¡Sí, claro! Los amigos le decíamos El Reque, por el queso requesón. Ese apodo se lo había puesto Federico Monti cuando Carlitos recién había entrado. ¡Es que así como lo ven, este tipo era nuestro amigo! Era el guacho tiernito, el recién recibido. Y cuando llegó, tenías una cara de susto peor que la que tiene ahora.

Julio lo soltó y el directivo de la compañía aprovechó para recomponerse. Pero el viejo no le dio respiro.

—¿Saben una cosa? Hoy lo ven así, todo formal y correcto. Pero este era tremendo pillo. Y nos divertían pila sus cuentos. Era el más vago de todos. Si, si… Así como lo ven. La cosa es que, de golpe y muy a lo pillo empezó a trepar. Y cuando quisimos creer, el tipo ya estaba pegando más saltos que un trapecista.

El auditorio se rio, salvo Elvira, Julio y el propio Troti, que mantenía un gesto de asco.

—No, no… No se rían. ¡Este tipo siempre fue un cagador hijo de mil putas! —El asombro congeló a todos en un silencio que subrayaba las palabras de Julio.

—¡No te voy a permitir que me digas semejante atrocidad! —dijo Troti con una voz dos tonos más graves que la que usó al entregarle la medalla.

—¡Me chupa un huevo! ¡Ahora no dependo de vos, sorete! ¿Y saben qué? Les voy a contar quien es realmente esta basura humana.

Troti, indignado, buscó la forma de irse del salón. Pero Julio lo empujó y le bloqueó la salida.

—No, mijo. Vos no te vas. Ahora vas a escuchar. Esta rata…

Troti intentó reemprender la retirada. Julio comenzó a hablar a los gritos mientras le bloqueaba la salida.

—Esta ratita… Así como lo ven… Me robó dos proyectos y se los quedó para él. Yo ideé el nuevo sistema de sucursales con lo que la empresa se salvó de la quiebra y que está hasta el día de hoy. Pero esta basura, la ratita esta, lo presentó a la gerencia comercial como una idea suya. Entonces lo ascendieron al poquito tiempo… Y cuando le dije en la cara (como ahora) que era una mierda de persona, me mandó a echar.

Troti amagó con írsele encima, pero Julio lo esperaba pronto para bajarlo de una piña si se acercaba. Ganas le sobraban.

—¡Te voy a demandar!

—¡Callate, puto! Hacé la prueba… Tengo el original de la propuesta que hice y que vos te quedaste. Lo que no sabés, es que yo la había discutido antes con el contador Lomana y por eso no me echaron. Y todavía tengo la copia sellada por él, tres meses antes de que se muriera. Pero vos te encargaste de registrar la idea a tu nombre en el ministerio de industria y me cagaste. Pero andá… Andá a hacer la denuncia de que te difamé, ¡cagón!

Troti se quedó quieto, resoplando. Julio, volvió a levantar la medalla.

—¿Sabés lo que me gusta de todo esto? Que ahora vos quedaste pegado y toda la empresa va a saber lo mierda que sos. Pero, sobre todo, que esta porquería que viniste a darme es la muestra de lo mierda que sos. ¿O acaso sentís es porque culpa?

Troti quiso írsele encima, pero el grupo que teníamos preparado por si teníamos algún incidente, funcionó a la perfección. Los habían separado y empezaron a sacar al directivo por un costado, mientras le hablaban casi al oído. El viejo gritó que el que se iba era él y que lo hacía contento de exponer al traidor. Para unos, Julio se fue como un loco suelto o un rencoroso. Pero para la mayoría de nosotros, se fue por la puerta grande.

Luego del incidente con el viejo, la sucursal estuvo a punto de cerrarse. Según el Consejo Directivo, ya no se necesitaba tener abierto un local en la zona. Pero cuando llegó el momento de definirse la situación, todo se frenó de golpe. Hay versiones que dicen que el despecho de Troti fue tan grande, que pretendió echar o redistribuir a todos los que escucharon las palabras de Julio. Solo que en el momento final le hicieron entrar en razón. Otra versión fue la inversa. Que los demás directivos buscaron eliminar el sistema de sucursales y que fue el propio Troti quien le bajó el pulgar a la iniciativa, porque sus empleados conocían la verdad de Julio Correa.

Lo cierto es que acá estamos, prácticamente en la misma situación. Sobreviviendo todo lo más que se pueda. Solo que ahora, yo soy uno de los más antiguos y la gente me viene a buscar para que les haga los cuentos de la oficina. Pero sin dudas que el mejor para esto fue el viejo. ¡Qué fichita!

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

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