Historias de adoquines

H

 ¡Le juro Padre Pedro, no sé de dónde vino el disparo!

Era cerca de media noche y estaba oscuro aunque la luna estaba llena, se escondía por momentos detrás de nubarrones negros ; su  resplandor era fugaz,  solo  reflejaba las siluetas de los jacarandas en las calle.

Caminaba despacio,  volvía cansado  de la casa de Gregorio, de pronto  un ruido sordo  quebró la noche  y un destello naranja agrieto la oscuridad. Escuche gritos  y  luego se hizo el silencio.

¡Le juro Padre Pedro, – sé que no debo de jurar en vano- no sé quién disparó! Usted me conoce bien y sabe que no soy de decir mentiras. Y su Dios sabe mejor que nadie que me callo algunas verdades, pero que soy de pocas mentiras.

Usted también se calla bastante… ¡Esta muy callado hoy! Reza y  me hace preguntas pero, ¡no me habla aunque le respondo!, ¡Tiene que creerme! También tengo mis sospechas al igual que Ud. 

No quiero faltar a la verdad, empero, ambos sabemos que entre los hombres se tejen tramas y que  alcanza nomas con un tironcito,  para que el tejido se deshilache por el lado más fino.

¡Padre Pedro, hábleme por favor! 

Muchos de sus silencios se los agradezco, sé que son por amor y compasión, aunque usted insista que son por el secreto de confesión. ¡Tiene que levantarse, lleva mucho tiempo arrodillado!, le van a doler las rodillas.

¡Sin reproches,  Padre!  ¡Deje ya de lamentarse!, no hay lugar para culpas ni arrepentimientos, es hora de ir al velorio! Siga rezando para que su Dios abra los caminos del cielo y apuremos el  paso.

¡Mire como el viento del sur arremolina las flores violetas con sus ráfagas caprichosas! Lo lo veo temblar, ¿siente frío Padre?, ¿Por qué no me responde? ¡Ya casi llegamos!, ¿ve el  fuego? Están calentando las lonjas, ¿escucha el repique de Juan?

Ya deben de  haber vaciado la pieza de mama Nicolasa; la familia ha de estar reunida en el patio vistiendo sus mejores trajes. Puedo imaginarme al  tío Jesús con su gastada galera y su traje bien cepillado, a  Nicasia con su vestido amarillo y a María con el suyo verde.

Muchas muertes hemos vivido juntos, hemos soportado mucho  dolor y  e injusticias entre bailes, fuegos, amor  y pan horneado se nos pasa la vida.

¡Así como vivimos, morimos, Padre! 

Detengámonos en el umbral, quiero hacerle una confesión y un pedido. Usted bien sabe  que quienes dicen ser honorables y respetuosos de la servidumbre ocultan muchas cosas además de un gran temor. 

Un niño negro no es visto como amenaza en la casa del patrón. Sin embargo, con el pasar de los años, una  trama sigilosa se va  urdiendo. La luna llena ha atestiguado secretos, risas quedas, respiraciones hondas y agitadas;  tentaciones diría Ud., pasiones  les digo yo.

El destino no es inocente y para los negros es injusto y predecible, Padre. Le quiero  pedir que no permita que ella sospeche sobre mi trágico destino. El tiempo le dará aceptación, resignación y olvido. Me llevo en el pecho la mantilla bordada que una noche me regalo. ¡Me voy lleno de amor!

¡Padre Pedro, ¿se siente bien? Está usted  muy pálido! ¡Entremos  ya al velorio, a mi velorio!

Más de...

La máquina de contar

7 comentarios

Lo nuevo

Mantené el contacto

Sin vos, la maquina no tiene sentido. Formá parte de nuestra comunidad sumándote en los siguientes canales.