Un hombre especial

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Cuando conocí a Federico Revertia, nunca supuse que ese hombre podría llegar a ser tan importante en mi vida. Mucho menos, que yo marcara la suya. Creo que nadie puede saberlo así, de primera. Alguna vez leí en la revista Selecciones que bastan solo 3 segundos para saber si esa persona que acabás de ver y vos, se sienten atraídas sexualmente hablando. Claro que después viene el amor. Pero por lo menos, lo primero es saber si se gustan. Nosotros dos, si me lo preguntás ahora, te diría que al menos de manera consciente no lo sabíamos.

La primera vez que me lo crucé, fue en la entrada del Palacio Salvo. Yo trabajaba en uno de los apartamentos y él, era operador de una radio ubicada en el primer piso del edificio. Ahora que lo pienso, el contacto se iba a dar más acá o más allá. Pero ese primer choque, Federico lo calificó como mágico. Creo que como siempre en estas cosas, acertó. Bueno, podría decir que su nivel de exactitud es de un 99.9%, como en esos avisos de la tele, donde los desinfectantes en aerosol nos prometen prácticamente el exterminio de los gérmenes en el mundo. Pero ni el desinfectante ni Federico son infalibles.

No sé si vos sabés cuál es el don con el que nació Federico. ¿No? Ah, entonces te voy a tener que contar algo antes de seguir con nuestra historia. Él tenía una cualidad que lo distinguía del resto de los mortales. Federico podía nombrar todo. Y cuando digo todo, es TODO. Él conocía el nombre o la definición de lo que fuera. Literalmente. No necesitaba buscarlo en internet. Él solo lo sabía. No me preguntes cómo, porque ni él mismo te lo podía contar. Y mirá que nosotras tenemos formas de sacarle información a un hombre si realmente queremos. Pero ni así, che.

La cosa es que el tipo, te tiraba tanto una marca y modelo de auto, como el nombre científico y cotidiano de una planta. Era capaz de identificar los colores por el código en la escala Pantone o la procedencia exacta de las hojas del té negro ese que tenés ahora en tu taza. A veces daba miedo; otras veces asombro. También podía causar risa. Pero lo cierto es que Federico, no fallaba. Un amigo le puso de apodo “Adán”, imaginate.

Yo le dije que tenía que ir a uno de esos programas de la tele, tipo ¿Qué apostamos? No había forma de perder. Se conocía todos los presidentes de todos los países, todos los rankings (el de Bildboard de la música o el ATP del tenis y esas cosas) los premiados en los Oscars, los Nobel o los Iris. Solo le largabas año y premio. Mes y ranking. Lo que gustes. Y no iba a equivocarse. Sí, era un loco raro. Pero creo que esa cualidad de ser el distinto y a la misma vez, saber moverse en sociedad solo llamándole la atención a los que realmente se lo merecían (para bien o para mal), es lo que me terminó cautivando.

Pero volviendo al tema, cuando lo vi por primera vez no sabía que ese hombre estaba puesto en mi destino de una manera única. Te podría decir que, en verdad, él entró casi a la fuerza. Ganando terreno. Insistiendo con invitaciones al cine, al teatro, a bailar o a tomar algo. Después me fue conociendo en los momentos que nos veíamos en el edificio o en la vereda. Y nos fuimos queriendo de a poco. Un día se enteró que yo estaba casada con un hombre que no era malo, pero tampoco era bueno. Era como convivir con un zapallo cabutiá. Y si bien yo no me quería divorciar, apenas le estaba sintiendo el aprecio de haber sido el padre de mis dos hijos. Entendió desde el inicio de la relación y nunca me pidió que dejara todo para estar con él. Me quería así como era yo y yo lo quería así, con su bohemia empedernida, con sus ganas de reírse de cualquier cosa estúpida que le pasaba por la cabeza o de sus supersticiones. Y también con su don, por llamarle de alguna manera. Aunque también se podía volver una maldición, una especie de carga pesada.

Pero en eso no voy a entrar. Lo que a vos te debe estar importando es cómo llegamos a sostenernos y querernos de la manera en que lo hicimos. Y fue raro. Porque en verdad, él siempre me esperó. Yo estaba cómoda con la relación que tenía. También yo le banqué mil cosas y siempre nos respetamos, desde el lugar que nos tocaba en esta historia. Yo sé que es muy difícil plantarse en un lugar distinto a los tradicionales y él se lo aguantó, incluso sabiendo que se estaba por morir. Cuando se enteró de su cáncer terminal, yo le dije que me divorciaba y nos casábamos. Pero el insistió que no. Que no me podía hacer eso. Te juro que me costó mucho no acompañarlo, porque él estaba solo y cuando yo no estaba, apenas si tenía algún excompañero de trabajo. La gente es muy mezquina con el que está en la mala, viste?

Pero nosotros estuvimos casi treinta años viviendo lo nuestro. Y mirá que bien puedo decir que era lo nuestro. ¿Te acordás cuando te comenté al principio que Federico siempre acertaba con las denominaciones y definiciones? Bueno, te cuento: nosotros hacía casi un año que estábamos viéndonos. Entonces una tarde, me pregunta él qué éramos nosotros. Y te podrás imaginar que yo me reí mucho. Aquel monstruito de las definiciones preguntándome a mí, qué carajo éramos. Sinceramente me dio muchísima gracia. Pero a él no. Y le noté la preocupación.

Él no paraba de preguntármelo y yo no podía darle una respuesta. Federico se angustió mucho, sabés? Se sintió realmente mal. Para mí era duro verlo mal, pero por otra parte, me parecía una chiquilinada. Un día le dije: “date cuenta que vos no sos mi marido pero me amás más que él. Pero al mismo tiempo, vos te estás viendo con otras mujeres, y para mí eso está bien porque yo sé que a pesar de que las querés, a mí me amás. Y por otra parte, nos acompañamos y nos queremos sabiendo todo eso. ¿Qué más se puede pedir?”. Y él me miró con una tristeza en el rostro, que nunca le había visto antes (creo que ni siquiera cuando me dijo que se iba a morir estaba tan angustiado) y me largó: “Necesito definir qué es esto que nos pasa”.

Para mí eso era lo de menos. ¿Amigos? ¿Amigos con derechos? ¿Amigovios? ¿Amor platónico? ¿Amantes? La verdad que me tenía sin cuidado. Pero claro, para una persona como él, que literalmente todo lo sabe, este hueco era casi un suplicio. Él nunca había vivido una cosa así, pero al mismo tiempo, era una experiencia no muy calificable.

Entonces un día, confieso que ya medio podrida de todo esto, lo llamé para hablar. Él se asustó, pensando que yo ya no lo quería más y que le iba a dar salida. Pero en verdad, lo que hice fue contarle todo lo importante que era en mi vida. Y cuando terminé de hablar, le pregunté si entendía qué significaba la palabra especial. Él me dio la definición, casi al mismo tiempo en que terminaba de salir de mi boca. En el momento que me habló no se dio cuenta. Me acuerdo que levanté las cejas y lo miré con una sonrisa. Esa que a él tanto le gustaba. Como no captaba la idea, le pregunté si me había escuchado todo lo que le comenté antes de pedirle la definición de la palabra. Ahí entendió. Desde ese momento y hasta el momento de su muerte, nunca más dejamos de vernos y sentir lo que sentíamos, sin que nadie más supiera ni entendiera qué nos pasaba por la cabeza o el corazón.

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Maximiliano Debenedetti

La partida de nacimiento dice que arribó a nuestro planeta por Montevideo en 1979, con todo lo que esto conlleva. Su contacto con la literatura fue ecléctico y supo ya en su infancia que estaría vinculado a la escritura, desde el día que tuvo que aprender a garabatear por primera vez su extenso nombre.

4 comentarios

  • Hermosa historia “el hombre especial”
    Entrañable!!
    Felicidades!!
    Apenas comienzo a leerte en este cuento, desde ahora soy tu lectora.
    Saludos.

  • ¡Muchas gracias, Andrea! Me alegra que te haya gustado el cuento. Si podés y tenés ganas, compartilo. Y bienvenida a La máquina…

  • Bueno, buenísimo, me encantó! Esa forma de dirigirse al lector le da más cercanía, parece que me estás hablando. Felicitaciones.
    ¡Saludos! Y enhorabuena.
    PS: El “don” de Federico me hizo acordar a Funes, el memorioso.

    • ¡Muchas gracias, Gloria! Federico tiene ese bouquet a Funes, sí. Hay personajes que se nos quedan atravesados y por más que no queramos, cuesta sacarlos. De todas maneras, el Maestro es el maestro y uno, apenas un pobre dactilógrafo. Muchas gracias por la lectura y el comentario.

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