Memorias de una Syi

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Por Eipi

Les damos muchos nombres, formas, cualidades, apariencias. Para algunos son invisibles y para otros no. No faltan los que dicen que los vieron o escucharon, y tampoco faltan los escépticos que no lo creen. Pero yo sé la verdad.

Los hay por todos lados, miles de millones de ángeles, coexistiendo en ese hermoso, incesante, constante lugar, llamado Eternidad. Sería un error pensar que por vivir en un lugar con ese nombre, los ángeles son seres inmortales. Inmortales, sólo los dioses. No, el fin les llega, siempre ahí, inevitable precipicio. ¿Hacia la nada? Puede ser.

No son todos iguales; están los guardianes, y los del sueño. Los primeros, son dignos de su nombre, ellos se encargan de guiar a su protegido hacia lo más conveniente, como auténticos lazarillos. En cambio, los ángeles del sueño, acuden al que los necesita, sin distinciones. Disfruta de esa libertad que el otro -el guardián- no tiene. Entra en los sueños, los transforma. Se comunica con nosotros, desde lo más hondo del interior, del alma, del ser y su esencia. Ese vacío se llena, el que siempre espera la llegada del ángel.

De esta manera, el soñador aprende, identifica pistas, ya sea a través de un bonito sueño o una fea pesadilla.

Un ángel, sea cual sea, nace y muere en el mismo lugar, un lugar muy especial, llamado Mornatal. Aquí, figuras humanoides, pequeñas, con la inocencia de la infancia, descienden del cielo todas las noches. Al pisar suelo firme, Él decide qué hacer con ellos. Tiene dos opciones, o ser futuros ángeles, o futuros humanos, nacidos desde el embrión de una madre.

A los que Dios elige para la primera opción, los envía a lo más alto del cielo, donde esperan su transformación. Él, les otorga una esfera de poder, a los futuros guardianes, y un cetro a los futuros ángeles del sueño. En esta ceremonia se transforman oficialmente en ángeles. La esfera de los protectores, a lo largo de la vida del humano asignado, se va llenando de recuerdos, vivencias, emociones y sentimientos del protegido. Cuando se llena, y deja de crecer, significa que el humano morirá. Allí ocurre el doloroso proceso de Vaciamiento, donde la vida acumulada en la esfera pasa a Dios, que la renovará y asignará a un nuevo niño. Por esto, las personas deben morir algún día, para dar lugar a una nueva vida.

Los ángeles en general viven de 600 a 700 años terrestres y -al igual que las personas- los hay femeninos, llamados Syi; y masculinos, llamados Zé. Al morir, escogen entre tres opciones; el Cielo, el Descanso Eterno, o la Reencarnación. 

Existió hace mucho tiempo una Syi muy particular. A pesar de no tener nombre -tratándose de un ángel- todos la reconocían, no sólo por su cabello demasiado largo y oscuro, sino también por su personalidad.Ella, debido tal vez -me atrevo a decirlo- a una falla de un dios, era un ángel, pero con sentimientos humanos. Reía, lloraba, se enojaba y se enamoraba. Eso sucedió con su último protegido: lo cuidaba día y noche. Esta Syi no vivió tantos años, tan sólo doscientos setenta. ¿Por qué? Por su amor humano. Ella, como ángel, debe guiar al humano, pero no evitar lo que tarde o temprano iba a suceder. Al notar su esfera de poder demasiado llena, comenzó a preocuparse. Lo cuidaba demasiado: el día de su muerte, el humano no murió gracias a su ángel guardián. Al infringir las normas, la Syi fue condenada a morir.

¿Qué de ella? Eligió reencarnar. Sólo deseaba conocer a ese hombre y amarlo como mujer. Han pasado treinta y dos años, ella nunca lo encontró. ¿Cómo sé esto? Pues, una vez fui una Syi muy famosa, y lo recuerdo todo. ¿Otro fallo de los dioses? O quizás, un regalo divino.


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