Rutinas

R

Por Mariana Silvarredonda

…Cuando el cortejo fúnebre se disponía a partir, invisible y transpirando por la carrera, Fernandito llegó, y viendo el gesto compungido de su esposa ante las acusaciones de su cuñada, sin decir palabra, se escurrió entre la gente y se recostó en su puesto, apoltronándose entre los encajes, los claveles y el olor a pino tratado para parecer roble. Que un cuerpo sin alma no es muerto, es fantasma. Y los fantasmas no tienen rutinas… 

Jauregui

Pero que no tengan rutinas no significa que no tengan propósito… —¡Este tipo! ¡Siempre el mismo pelotudo! 

Fernandito, o mejor dicho, el señor Fernando, se miraba en el espejo del baño de la funeraria sin encontrarse. Alguien se había referido a él de esa forma y esto le había hecho sentir que en un abrir y cerrar de ojos había perdido las rutinas, el reflejo y el diminutivo. No es que le tuviera cariño, era, como era de esperarse, parte de la necesaria costumbre. Pero escucharse nombrado como SEÑOR FERNANDO por un otro semi indiferente pareciera haberlo hecho adultecer de golpe. Había salido, por lo tanto, corriendo (si se quiere) a esconderse (todavía se encontraba en la etapa de negación de su propia muerte). 

Sumado a esto, Fernandito había comenzado a experimentar sofocos al ver caer la tapa del sommier mortuorio sobre su cuerpo abandonando su materialidad para siempre; experiencia traumática si las hay, motivo por el cual se había retirado momentáneamente de la escena a refrescarse. 

Fernandito, ahora con más que un pie del otro lado y a fuerza de no abandonar sus hábitos mortales, quizás fuera el primer fantasma uruguayo en experimentar ataques de pánico. Aunque mucho de esto debía de tener que ver con que siempre que imaginaba su final se proyectaba tomando un mate con San Pedro, aguardando su turno en la fila para entrar al paraíso, habiendo llegado con la correspondiente anticipación porque es sabido que San Pedro solo atiende público en horario de oficina. 

Sin embargo, nunca imaginó la transición acompañada del eco de la voz de su cuñada: 

—¡Este tipo! ¡Siempre el mismo pelotudo! 

-¡Y qué razón tenía la bruja! -pensaba.

Fernandito: el primer fantasma uruguayo con ataques de pánico y crisis existenciales cuando el tema de existir ya no debería suponer un problema. Y sin embargo, allí estaba: sucumbiendo ante la nada misma: la suya propia, la nadidad de Fernandito… perdón, del señor Fernando. 

Se le ocurrió, para salir del caos, poner a trabajar algunas de las estrategias que había logrado incorporar gracias a su terapeuta, a quien siguió viendo por largo tiempo. Pero sostener sus antiguas rutinas poco sentido tenían en este momento; ya no era de orden el cepillado de dientes ni el baño diario. La comida se le hacía innecesaria, fuera una vez al día, cuatro o veintisiete. El pelo, cortado de la misma forma desde los seis años, finalmente no volvería a crecer. 

-Ante la duda, tú haz como hace el resto- le había dicho su psicóloga. Luego de veinte años de sesiones, la mujer estaba bastante podrida pero Fernandito insistía en seguir yendo porque, por supuesto, la consulta había sido siempre el mismo día y en el mismo horario. 

Este pensamiento, en lugar de apaciguar sus ánimos, logró acelerar su angustia. A final de cuentas, ¿cómo iba a hacer como los demás cuando él era el primer fantasma que conocía en su vida? Bueno, por lo menos el primero que conocía de verdad, porque a otros tantos solo los había visto en películas (las dos horas de dibujitos que se habían convertido en la película vespertina tendrían que rendir su fruto). 

Se preguntó inquieto: ¿qué tipo de fantasma sería? Quizás, si lograra identificar por qué motivo se encontraba todavía deambulando, lograría saldar su historia y continuar con su viaje… 

Se imaginó entonces como un fantasma de película de terror, de esas bien sangrientas con efectos especiales berretas que poco había visto por recomendaciones de la Dra. Insulsa. Pero más allá de las restricciones no lograba identificarse como un fantasma violento. 

Tampoco se identificaba como un fantasma romántico. La realidad es que no le seducía abrazar por detrás a su esposa mientras esta amasaba torta fritas con un soundtrack cliché de fondo; ni él era Patrick Swayze, ni la viuda Mabel poseía semejanza alguna con Demi Moore. 

¿Pero qué le venía quedando al pobre Fernando? 

Pensó entonces en que quizás podía ser un fantasma epifánico, como los de los cuentos de Dickens, pero tenía la ligera impresión de que no solo tendría poco para advertir sino que nadie le prestaría atención. Se requería demasiado carisma para la tarea y el ya se veía quedando como un boludo. Entonces le resonaba otra vez el eco de la voz de su cuñada…

No, no había caso. Independientemente de su estado, Fernando siempre había sido un tipo de rutinas y, más allá de los dolores de cabeza que le ocasionara al resto de su familia, él había logrado convertirlas en su mejor virtud. Algo tenía que poder hacer con eso. 

………………………………. 

Poco tiempo pasó y Fernandito logró resolver sus problemas existenciales… 

Resulta que unos días después San Pedro logró contactarlo para explicarle su situación. Le explicó que en realidad el ser fantasma es un estado transitorio que todos pasamos mientras se tramita el ingreso al paraíso, y le pidió disculpas por la demora…¡Pero también! ¡Solo a él se le ocurría morirse en Semana Santa! 

Fernandito, por su parte, le agradeció de corazón pero rechazó rotundamente el ofrecimiento. Le explicó que justamente hacía unos días lo habían contratado y sus horarios laborales eran incompatibles con los de la oficina que tramita el ingreso al cielo. 

San Pedro, no teniendo protocolos que contemplaran la situación, no tuvo más remedio que aceptarla. Después de todo, Fernando en su calidad de ciudadano flotante no era particularmente peligroso o interceptaba drásticamente el curso de los acontecimientos históricos. 

Así fue entonces como el señor Fernando nunca logró entrar al cielo. La no entrada de Fernando Jauregui en el paraíso no trajo mayores consecuencias. No sería él tampoco el primer fantasma en ser empleado en Uruguay. 

Sin embargo entabló una amistad duradera con San Pedro, quien lo visita los martes en Ciudad Vieja cuando sale de la oficina que gestiona la entrada al paraíso para jugar al truco y tomar mate. Fernandito, por su parte, es el encargado de hacer sonar las campanas de la Iglesia Matriz convocando a los feligreses a la Santa Misa. Por supuesto, siempre a la misma hora, como corresponde y sin faltar a la rutina.

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