Un plan fallido

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En mi vida solo intenté asesinar una vez. Tal vez sea un mal asesino, pues fallé en el único intento, pero les juro que mi intención no fue modesta, pues mi pretendida víctima no es facil de conseguir. 

No hay otro lugar más que el hogar, me decían algunos amigos cuando les hablaba de la vieja Europa. Ahora lo entiendo, ya lejos de mi hogar, que el problema nunca fue el lugar, Europa, América o la Indochina, sino que era otra cosa, mucho más insidiosa: el aturdimiento. ¿Pero a qué? A la nada. El aturdimiento por la nada es posible, se los puede confesar este doctor en nadismo. ¡Qué belleza terrible la nada! Verla a los ojos y no desesperar, es algo de dioses. Pero la nada no estaba anclada en mi país, ni siquiera en mi pueblo, estaba anclada (como seguro ya sospecharán) en mi alma. Pues no concibo otra cosa que el alma para que se acople a este concepto de nada del que les hablo. Estoy siendo honesto, discúlpenme. No soy un cuentista, solo soy un tipo demasiado anclado en su pasado como para darse el lujo de no escribir. 

El problema de la nada es su tentación. Es el cuerpo pidiendo a gritos regresar al estado de energía cero, bien nos lo dijo Freud. Entonces, a sabiendas de que el objeto que nos tienta aún existe y nos espera incólume a nuestras neurosis y fantasmas, negamos el deseo de volver a la nada. Nos ocupamos, trabajamos, leemos, sacamos fotos, pero el nadismo nos susurra en la oreja, casi como una alucinación auditiva, pero casi. ¡Si supieran las veces que pensé en la nada mientras estaba en los lugares más hermosos jamás construidos! ¡La nada cuando estaba en el Ágora pisando las mismas rocas que Sócrates! ¡La nada cuando miles de años de cultura griega se desplegaban frente a mis pies en el museo de Atenas! ¡La nada cuando posaba mis ojos en las aguas tranquilas de Silvaplana, allá en Suiza donde Nietzsche tuvo la anagnórisis del eterno retorno! ¡La nada cuando la mujer que amaba me abrazó esa noche de diciembre en París para nunca más verla! ¡La nada una y otra vez!

Es un juego sucio. La vida se ha tornado insoportable por su culpa. Cuando necesitaba responder a los ojos llorosos que reclamaban amor, ¡nada! Cuando era cuestión de vida o muerte, ¡nada! Cuando el aturdimiento por ella me oscurecía el día, ¡incluso más nada! Es un juego terrible. Por eso tomé una resolución drástica: matar a la nada. No fue una decisión sencilla, pues saben cuánto amor siento por ella. Pero mi deseo de sangre podría satisfacerse para siempre con una sola muerte. Podrán pensar que estoy loco, o en plena transición de una psicosis delirante aguda, están en todo su derecho de creerlo, pero hablo muy en serio. ¿Pero es que los locos acaso no hablan en serio? Pues sí, y no. Yo hablo sabiendo lo que digo en cada contracción de los músculos de mi boca.  Yo hablo en serio cuando el loco solo repite lo que un otro ajeno e invasor le dice que repita. ¡Yo hablo en serio cuando los predicadores de las mentiras fantásticas y placebos se llenan los bolsillos! ¡Yo grito empirismo mientras los charlatanes se enriquecen con la esperanza! ¡Yo soy el liberador de esta dictadura de la nada frente al todo! Pues no hay otra cosa que no sea la nada que el todo. ¿Qué es la nada entonces? ¿Cómo matar lo que es nada? ¿Cómo buscarla para así clavarle un puñal? Es por eso que cualquiera pensaría que mi tarea es imposible, delirante, funesta y estúpida. ¿Cuál es el momento exacto? ¿Cómo terminar lo que aún no es? Son preguntas complejas, es cierto. Pero mi tarea no es menos imposible que cualquier otro asesinato porque las preguntas sean complejas. Solo es necesario un buen plan.  

Vivimos atolondrados esquivando la nada. Nadie parece querer saber dónde está, ni de donde viene. ¡Nadie quiere saber nada sobre la nada! Por eso mi tarea es casi milimétrica, ¡un crimen de relojería a lo Edgar Poe! Si habré afinado mis sentidos, si habré calculado los movimientos. Pues ello es habilidoso, se puede escurrir en cada momento, puede volverse sobre sus nadismos, puede vencerme tirándome acciones, materia, preocupaciones, cosas, moléculas, organismos, fotones, contracciones musculares, vibraciones. Incluso mi deseo de terminar con su vida es perjudicial. El deseo ya es algo, y lo que sea algo me aleja de ella. Cada paso que doy es una derrota. Cada pensamiento y sinapsis una batalla perdida. ¡Qué tarea la que me he propuesto! ¡Qué tarea la de matar a un Dios! ¿Qué vida es esta la de un obsesionado por matar justamente nada? ¿Es que se me podría catalogar de asesino por matar la nada?  Ni siquiera entraría en los manuales lombrosianos de criminales, y ni siquiera en un puto manual de psiquiatría. Soy un asesino sin precedentes. 

El día que estuve más cerca de cometer el delito más cósmico de todos, nada sucedía. Volvía preocupado de una jornada ajetreada y llegaba a mi casa totalmente obnubilado por trivialidades. Este crimen que hoy les confieso que deseo cometer ni siquiera se había cruzado con mi intención. Era perfecto, la nada estaba a mi alcance. Nada sucedía en esa noche calma. Nada volvía a mi puerta. Nada me esperaba. Nada me angustiaba. Nada era para mí. Nada estaba al borde de mi silla frente al fuego. Nada me acariciaba en esa noche. Nada volvía su cabeza para ver si yo seguía vivo. Nada buscaba mi mano para calentarla. Nada bebía de la copa que había servido con demasiado vino. Nada sobrevolaba mi mente. Nada era preocupante. Nada estaba a mi lado. ¿Cómo fui tan ciego? ¿Cómo no haber aprovechado esa noche helada? La tarea que me he propuesto está hecha de frustraciones y de lamentos. ¿Cómo pude haber sido tan ciego? ¡Nada estaba ahí, justo a mi lado! ¡Qué oportunidad desperdiciada! ¡Qué oportunidad desechada por mi incompetencia en la cacería de la nada!

Se me escurrió tan pronto como pensé en ella. 

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Martin Lamadrid

Martín nació, a veces escribe y morirá.

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